Tiempo de Navidad

Decimos que a Dios nadie lo ha visto nunca: es el ser trascendente.
Sin embargo, ahora, ya no podemos decirlo así porque este Niño que ha nacido en el Pesebre, a quien ha anunciado el cántico de los Ángeles, es Dios hecho hombre, venido para salvarnos del pecado.
Ha hecho aparición la gracia y benignidad de Dios para los hombres.
Jesús dice: “Quien me ve a Mí está contemplando al Padre”.

El Niño Divino acepta, por obediencia al Padre, todo lo que el pesebre expresa: pobreza, limitación, fatiga...
Jesús es el don del Padre a la humanidad, que en todo necesita de su ayuda, especialmente en lo espiritual. Por tanto, todos debemos buscar a Jesús para que nos guíe y acompañe nuestro andar en el mundo.
En una búsqueda sincera de Jesús, tal vez muchas veces no lo encontramos porque no lo buscamos donde realmente está o del modo que conviene hacerlo. En Belén, los pastores lo encontraron, por indicación del canto de los Ángeles, junto a María y José.
Los sabios de oriente lo encontraron guiados por una luz que les indicó el camino: la estrella más brillante que Dios puso en el firmamento, con ese fin. Y también ellos lo encontraron junto a María y José.
A nosotros, el canto de los Ángeles no nos indicará la presencia de Jesús; Dios no nos regalará una estrella en nuestro firmamento....
Pero nos ha dado caminos seguros para encontrar a Jesús. Y su Providencia ha dispuesto lo necesario para que el hombre de buena voluntad, no equivoque el rumbo.
María es camino: Ella nos lleva de la mano al encuentro con su Hijo. Si buscamos a María para que forme parte de nuestra vida, Jesús estará con la Madre y juntos recorreremos los senderos, más fáciles o difíciles, por los que nos toque caminar.
La Eucaristía, es camino de encuentro profundo con Jesús.
Encuentro que tenemos tan cercano en el día a día, y que sólo tenemos que acudir a él.
Jesús es la Palabra, y aplicarla a lo largo de nuestro andar, es camino. Jesús es ejemplo vivo que nos mantiene unidos a Él mientras recorremos la vida. Siempre.

Amigos, durante este tiempo, hemos recibido el mensaje navideño de “paz a los hombres de buena voluntad” y esta paz debe comenzar en cada conciencia, en cada corazón que sabe y quiere vivir la fe con religiosidad y profunda piedad.
Y con Jesús, al que hemos encontrado, salvando las dificultades que nos rodean y que dificultan nuestros propósitos, disponiendo de la fortaleza de una fe convencida y el amor a todos que se funda en el supremo amor: el amor a Jesús.

Santa María Madre de Dios

Con esta solemnidad de Nuestra Señora comenzamos un año nuevo. En verdad no puede haber mejor comienzo de un año, que estando muy cerca de la Virgen. A Ella nos dirigimos con confianza filial, para que nos ayude a vivir cada día del año: para que nos impulse a recomenzar, si caemos y perdemos el camino; para que interceda ante Jesús a fin de que procuremos crecer en amor de Dios y en servicio a nuestro prójimo, quien muchas veces está muy cerca de nosotros.

En las manos de la Virgen ponemos los deseos de ser fieles evangelizadores.
Somos todos los hombres del mundo, hijos de María. Desde la Cruz. Ella vela con amor especialísimo por nosotros, nos lleva de la mano a estar al lado de su Hijo divino.
María Santa, Madre de Dios y nuestra, Madre de la Iglesia. Siempre Madre. Excelsa.Bendita. Amorosa.
Repetiremos su nombre ante las dificultades de la vida, con más fuerza cuando más difíciles se nos presenten. ¿A quién, no?
Todos sabemos que hay que enfrentar los problemas, que ellos vienen solos sin que nadie los llame. Pero ahí está María, para escucharnos. No nos abandona. ¿Qué madre lo haría, cuando el hijo la llama porque la necesita?...
María, no nos dejará en la necesidad, en el error o en el desvarío.
En el día de hoy, por disposición del Papa Pablo VI, la Iglesia ruega por la paz. Invoquemos a María:

María, Madre de Dios y nuestra, te encomendamos la paz. La paz del corazón de cada hombre, la paz en cada familia, la paz del mundo.
Este mundo que parece enloquecido, sumergido en una ola gigantesca de disconformidad y de desprecio por la vida que Dios nos ha regalado.
Un mundo de violencia inusitada, de terror que siembra amargura y dolor. De rivalidades, rencores y venganzas, donde el odio tiene su lugar reservado.

Es el mundo que tristemente reconocemos, pero no es el mundo que queremos. Deseamos paz. Deseamos un mundo donde reinen la comprensión, la tolerancia, el amor. Mundo en el que el apego por lo material no sea lo más importante, sino que prevalezcan los valores espirituales, y donde reine la concordia y no la discordia.

¿Podemos lograrlo si apartamos del mundo a Dios, Padre y Creador? Seguramente no. Si el hombre olvida que es hijo de Dios, no reconoce su razón de ser. Dios nos ha dado la vida, nos ha colocado en el mundo, y lo ha puesto a nuestro cuidado para cooperar con Él en su creación y no para destruir lo hecho por Él con amor y sabiduría infinitos.

Tenemos que volver al Padre. Reafirmar nuestros sentimientos de hijos de Dios, redimidos por Cristo. Eso traerá paz. Sin conversión interior del hombre, no se podrá lograr la convivencia pacífica tan anhelada. La meta de cada cristiano debe ser pues, cooperar en la extensión del Reino de Dios en la tierra. Con la oración.
Con el ejemplo de vida.

Con la ayuda de María, la Madre solícita y comprensiva, que intercede incesantemente ante su Hijo divino por sus otros hijos de la tierra.
Tengamos fe y esperanza. Confiemos en el poder de la oración sencilla y humilde. Confiemos en la Palabra de Jesús y sus promesas. Confiemos en Santa María, Madre de Dios y nuestra.
Y esperemos la paz que vendrá como premio al esfuerzo del hombre de ser mejor hijo de Dios.
Amén.

Oración final Hoy vengo a Ti, Madre de Dios y Madre nuestra, a suplicarte humildemente por este mundo de hoy, tan distinto del querer del Padre Creador.
Tan indiferente al suplicio de la Redención, padecido por tu Hijo.
Tan apartado de las inspiraciones de amor, del Espíritu Santo.
Madre Santa y tan cercana a nosotros, por tu poderosa intercesión maternal, alcánzanos la gracia de ser más dignos del proyecto divino.
Haznos capaces de vivir su Palabra.
Para encontrar los caminos trazados por la Divina Providencia.
Y así poder alcanzar para toda la humanidad el tiempo de paz que te imploramos, hoy y siempre.
Amén.

Nochebuena

Esta es la noche única, la noche feliz, la Noche Buena...
Dios baja del Cielo, se reviste de nuestra humanidad y viene al mundo de los hombres, envuelto en la fragilidad de un niño.
En medio del bullicio y las luces, el alma se recoge en silencio de adoración y se inclina ante la grandeza del Pequeño recostado en el pesebre.
Ante la grandeza del Amor.
Ante la grandeza del Si de María, la esclava del Señor.

Nuestro corazón debe anunciar con los ángeles del Cielo el nacimiento de Jesús. Debe elevar su cántico silencioso de alegría y acción de gracias.
Lo sublime se expresa en el silencio que no habla, pero dice más y mejor.
Hoy nace Jesús, el Señor, el Salvador, expresión viva del amor de Dios.

El significado de este acontecimiento lo encontramos en el Amor. Amor y perdón que se unen en esta noche de la historia, escrita en los corazones de los hombres de buena voluntad, de aquellos a quienes ama el Señor.
Allá en la lejanía de los tiempos, un hombre débil, contradice la voluntad del Padre, cede ante la tentación y rompe la amistad del género humano con su Creador.
Un Hombre Nuevo, fuerte, viene a realizar la reconciliación, a dar otra oportunidad a los hombres que crean en Él.
El amor todo lo puede.
Dios no se aparta del hombre -hijo predilecto del Creador- y envía la Persona del Hijo divino, para volver al orden establecido desde el principio.
Es lo que celebramos en esta noche. La misericordia de Dios Padre, enviando a Dios Hijo para el perdón de las faltas cometidas: aquélla falta primera, la falta original y las faltas de todas las criaturas, que caen en las tentaciones que el mundo les ofrece.
Que ¡vaya! si las hay. Miremos a nuestro mundo, a nuestro alrededor.
Cuánta tentación... y cuántas caídas.
Entonces aparece la infinita misericordia del amor divino.
En un acto supremo del amor, nace Jesús. Con la misión de redimir a los hombres, de perdonar las penas que han merecido con sus actos desordenados de culpa, culpa de la que viene a liberarnos este Niño que hoy nace, por nosotros y para el bien de nosotros.

Dos voluntades unidas, la del Padre y la del Hijo, en beneficio de todos, con la única condición de corresponder a la más grande manifestación de amor de la historia, con la humilde y más íntima actitud de rechazo en las tentaciones, apartando las ocasiones de faltar al amor que se nos ofrece gratuitamente, sin merecerlo.
Esta es la fiesta que hoy vivimos y debemos vivir en el día a día. Jesús nace en nuestro corazón, con su gracia, todos los días y en cada momento.
En la historia del mundo nació como Hombre una sola vez, y para siempre.
Nos dejó el perdón, nos dejó su Iglesia, intérprete y dispensadora de su Doctrina que encierra todas las enseñanzas que Él predicó y los caminos a seguir para marchar con paso firme hacia nuestro destino final, que es el encuentro feliz con la Trinidad Santísima, nuestra Madre María y todos los santos del Cielo.
Pero, sobre todo, nos dejó el ejemplo de Amor más sublime, nos dejó el Amor.
Para que nosotros, a nuestra medida, lo entreguemos a manos llenas, a Dios y a los hombres nuestros hermanos.
Que por la gracia de Dios, así podamos vivir hoy y siempre, en paz y armonía.

Rosario

Navidad, Navidad

Es la Fiesta que hoy celebra el mundo cristiano.
La Fiesta que nosotros celebramos hoy con el almanaque, pero fiesta que deberíamos celebrar todos los días.
Porque es la fiesta del amor, el perdón y la gracia.
Una fiesta del alma que tendría que ser permanente, como lo son el amor de Dios, el perdón conseguido por Jesús, y la gracia de Dios que nunca nos falta... si sabemos cuidarla y mantenerla. Y esto es cosa de nuestra voluntad, de nuestro libre albedrío otorgado desde la misma creación del hombre, para el mérito de nuestras buenas acciones.
Jesús nació en la primera Navidad celebrada en el mundo, hace 2008 años. Año a año, otras navidades se fueron siguiendo en una tradición de costumbres. Pero más allá de la tradición y las costumbres, es una fiesta permanente del alma cristiana, que celebra al amor divino y la reconciliación de los hombres con su Creador.
Amor y perdón, es la Navidad. Ayer, hoy y mañana.
Por eso es que debemos hacer de esta celebración algo permanente, una fiesta del alma que admira, agradece y ama en justa correspondencia.
No es fácil vivirla en cada momento. Seguir los pasos de Jesús es muchas veces abrumador por lo difícil. Y esto es lo que hace la permanencia de la fiesta. Tenerla presente, recordar la misión del recién nacido, su vida y también su muerte. Su paso por nuestro mundo. Es todo lo que nos ayuda a vivir como Dios quiere. La costumbre y la tradición la mantienen presente en nuestra memoria; y el sentimiento y la fe la mantienen viva en nuestro corazón, para tenerla siempre en cuenta. Eso ayuda a vivir el día a día en armonía con Dios, con la gracia por la que Dios mismo nos sostiene.
Hoy, festejando a Jesús que nace, debe brotar espontáneo y sincero, nuestro compromiso de bautizados con el Redentor y Salvador.
Es un compromiso, fundamentalmente de amor. También de deseo, también de decidida voluntad en su cumplimiento. Que debemos tenerlo presente todos los días y, especialmente, hoy día que Jesús viene a nosotros.
La época en que estamos situados en el mundo nos ofrece una realidad –casi- de ausencia de Dios. El hombre de hoy, está sumergido en las ofertas paganas, y en la inmediatez urgente y egoísta de sus necesidades materiales.

Faltan los valores espirituales que mejoran la calidad de vida, las relaciones entre las personas, la unión en la familia, el respeto y la virtud.
Quienes apartados de esta realidad, quieren, desean vivir en la antítesis, de acuerdo a su formación en los valores morales, se enfrentan a una lucha permanente en defensa de sus ideales. Permanente y difícil. Especialmente para la juventud que se aturde en el bullicio mundano... y sigue la corriente.
Hoy, debemos afirmarnos en la presencia de Jesús entre nosotros. Él no nos abandona. Por eso esta fiesta es única para reafirmar nuestro compromiso con Dios.
Es el día indicado para reconocer su amor. Su constancia en el amor. Ambos infinitos.
Sólo por este amor de Dios, que debemos reflejar nosotros a nuestro alrededor, podemos tener esperanza de un futuro mejor.
Si reina el amor y no el odio, la cultura de la vida y no la de la muerte, si la permanencia de la lucha por los valores fundamentales se acerca a sus logros, entonces, cambiará esta realidad y tendremos el mundo de paz que todos deseamos y pedimos.
La paz que Jesús nos dejó en su paso entre los hombres.
Hace 2008 años. Ya es tiempo de recogerla.
Es el deseo vibrante de nuestros corazones, que aman y que se renuevan en cada Navidad.

El bautismo de Jesús

Con esta Festividad, que nos llena de admiración y alegría, damos fin al Tiempo de Navidad, que hemos celebrado con los sentimientos de gozo y ternura que nos inspira el nacimiento del Hijo de Dios en Belén.

Inmediatamente después de ser bautizado, Jesús salió del agua y he aquí que se le abrieron los Cielos y vió al Espíritu de Dios que descendía en forma de paloma y venía sobre El. Y una voz del Cielo que decía: “Este es mi Hijo, el amado, en quien me he complacido”.
En la solemnidad de hoy conmemoramos el bautismo de Jesús por San Juan Bautista en las aguas del río Jordán. Sin tener mancha alguna que purificar, quiso someterse a este rito de la misma manera que se sometió a las demás observancias legales, que tampoco le obligaban. Al hacerse hombre, se sujetó a las leyes que rigen la vida humana y a las que regían en el pueblo israelita, elegido por Dios para preparar la venida de nuestro Redentor. Juan cumplió con energía, la misión de profetizar y suscitar un gran movimiento de penitencia como preparación inmediata al reino mesiánico.
Con el bautismo de Jesús quedó preparado el Bautismo cristiano, que fue directamente instituido por Jesucristo, y lo impuso como ley universal el día de su Ascensión; “id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
En el Bautismo recibimos la fe y la gracia. El día en que fuimos bautizados fue el más importante de nuestra vida. Nos encontrábamos antes de recibirlo, con la puerta del Cielo cerrada y sin posibilidad ninguna de dar el menor fruto sobrenatural. El Bautismo nos inició en la vida cristiana. Fue un verdadero nacimiento a la vida sobrenatural, cuyo resultado es una cierta divinización del hombre y la capacidad de producir frutos sobrenaturales.
Hoy nuestra oración nos puede ayudar a dar gracias por haber recibido este don inmerecido y para alegrarnos por tantos bienes como Dios nos concedió. La gratitud es el primer sentimiento que debe nacer en nosotros, de la gracia bautismal; el segundo, es el gozo. Jamás deberíamos pensar en nuestro bautismo sin un profundo sentimiento de alegría interior.
Hemos de agradecer la purificación de nuestra alma de la mancha del pecado original, y de cualquier otro pecado si lo hubo, en el momento de recibir el Bautismo. Todos los hombres somos miembros de la familia humana que en su origen fue dañada por el pecado de nuestros primeros padres Adán y Eva.
Este pecado original se transmite juntamente con la naturaleza humana, por propagación, no por imitación, y se halla como propio en cada uno.

Pero Jesús dotó al Bautismo de una especialísima eficacia para purificar la naturaleza humana y liberarla de ese pecado con el que hemos nacido. El agua bautismal significa y opera de un modo real lo que el agua natural evoca: la limpieza y la purificación de toda mancha e impureza. Gracias al sacramento del Bautismo, nos hemos convertido en templos del Espíritu Santo.
La dignidad del bautizado, la más alta dignidad, la condición de hijos de Dios, está como velada muchas veces, por desgracia, en la existencia ordinaria. Por eso debemos cuidarla siempre y dar gracias a nuestro Padre Dios que ha querido dones tan inconmensurables, tan fuera de toda medida, para cada uno de nosotros.
En la Iglesia, nadie es cristiano aislado. A partir del Bautismo el cristiano forma parte de un pueblo y la Iglesia se le presenta como la verdadera familia de los hijos de Dios. Y en la Iglesia, a la cual entramos por la puerta del Bautismo, todos estamos llamados a la santidad.
Dios Todopoderoso y Eterno, que en el Bautismo de Cristo en el Jordán quisiste revelar solemnemente que El era tu Hijo amado enviándole tu Espíritu Santo: concede a tus hijos de adopción, renacidos del agua y del Espíritu Santo la perseverancia continua en el cumplimiento de tu voluntad.

Sintámonos hijos de Dios porque lo somos, y procuremos en todo momento ser dignos a esta condición especialísima.
Conservemos a lo largo de la vida, la gracia y la fe recibidas en el Bautismo y disfrutemos el gozo de este sacramento.
Agradezcamos a Dios, sinceramente y desde el corazón, la capacidad recibida en el Bautismo de producir frutos sobrenaturales.
Demos gracias por nuestro Bautismo que nos hizo miembros del Cuerpo Místico de Cristo: por él, somos Iglesia.

El árbol de Navidad

Tradición y costumbres.

En Navidad acostumbramos a armar un árbol decorativo, típico de esta fiesta. Demos hoy una mirada hacia atrás en el tiempo y conozcamos su tradición y sus orígenes, y cómo se ha incorporado esta costumbre en la familia cristiana. Tradición que se continúa desde tiempos pasados, hasta ahora. Y suponemos que seguirá porque está muy arraigada tanto en los mayores como en los más chicos de cada familia.

El árbol suele ser una conífera –un pino- de hoja perenne, aunque en la actualidad está muy popularizado el uso de árboles artificiales y no siempre de color verde. Plateados, oscuros, de materiales sintéticos, chicos, grandes... en fin, una gran variedad.

Se decora el árbol elegido con elementos navideños, globos, redondos o no, lazos, luces y al menos, una estrella. Son los elementos comunes. Cuando los primeros cristianos llegaron al norte de Europa descubrieron que sus habitantes celebraban el nacimiento del dios sol y la fertilidad, adornando un árbol perenne en una fecha próxima a la Navidad cristiana. Ese árbol simbolizaba el árbol del Universo en cuya copa se hallaba la morada de los dioses y en sus raíces más profundas estaba el reino de los muertos.

Posteriormente, con la evangelización de esos pueblos, los cristianos tomaron la idea del árbol, pero cambiando totalmente el significado. Se dice que San Bonifacio, evangelizador de Alemania, tomó un hacha y cortó uno de estos árboles y en su lugar plantó un pino, que por ser perenne simbolizó el amor de Dios, adornándolo con manzanas y velas. Las manzanas simbolizaban el pecado original y las tentaciones, mientras que las velas representaban la luz de Jesucristo como luz del mundo.

Conforme pasó el tiempo, las manzanas y las velas se transformaron en esferas -los globos- y otros adornos, y las pequeñas luces que tienen forma de pequeñas velitas. Luego se sumó la costumbre de poner regalos para los niños bajo el árbol, que eran traídos por los Reyes Magos o por Papá Noel, dependiendo de la costumbre del país en que se encontrase.

El árbol de Navidad recuerda el árbol del Paraíso de cuyo fruto comieron Adán y Eva, de donde vino el pecado original, y por lo tanto recuerda que Jesucristo es el Mesías prometido para la reconciliación. Y también representa el árbol de la vida o la vida eterna, por ser de tipo perenne.

La forma triangular del árbol –por ser generalmente una conífera- representa a la Santísima Trinidad.
Al principio, San Bonifacio, tal como decíamos, adornó el árbol con manzanas que eran el pecado original y las tentaciones. Hoy día se adorna con las conocidas esferas o globos de colores, que son los dones de Dios a los hombres, además de las oraciones que se hacen durante el Adviento. Según el color simbolizan: azul, las oraciones de reconciliación; plateado, las de agradecimiento; dorado, las de alabanza; rojo, las de petición.
La estrella en la punta del pino recuerda a la estrella de Belén y representa la fe que debe guiar la vida del cristiano.

Es una linda explicación que acerca el árbol de Navidad a nuestro cristianismo, a nuestra fe, a nuestra celebración del nacimiento de Jesús.

¿Dónde nació Jesús?

Preguntemos a María Magdalena dónde y cuándo nació Jesús y ella nos responderá: “Jesús nació en Betania. Fue cierta vez que su voz, llena de pureza y santidad despertó en mi la sensación de una vida nueva con la cual hasta entonces jamás hubiera soñado”.

Preguntemos a Francisco de Assís lo que él sabe sobre el nacimiento de Jesús y él responderá: “Él nació el día en que en la plaza de Assis entregué mi bolsa, mis ropas y hasta mi nombre para seguirlo, pues sabía que solamente Él es la fuente inagotable de amor”.

Preguntemos a Pedro cuándo nació Jesús y él responderá: “Jesús nació en el patio del palacio de Caifás en la noche en que el gallo cantó por tercera vez en el momento en que yo lo había negado. Fue en ese instante que despertó mi conciencia para la verdadera vida”.

Preguntemos a Paulo de Tarso cuándo se dio el nacimiento de Jesús. Él responderá: “Jesús nació en la carretera de Damasco cuando envuelto en una intensa luz que me dejó ciego pude ver la figura noble y serena que me preguntaba¨: “”Saulo, Saulo, por qué me persigues””? En la ceguera pasé a ver un mundo nuevo cuando le dije: Señor qué quieres que haga”?

Preguntemos a Joana de Cusa cuándo nació Jesús y ella responderá: “Jesús nació el día en que amarrada al poste del circo de Roma oí al pueblo que gritaba: Niégalo, niégalo!! Y el soldado con la antorcha se acercaba a mi diciendo: “”¿este Cristo te enseñó solo a morir””? Fue en ese instante que, sintiendo el fuego subir por mi cuerpo pude, con toda certeza y sinceridad, decir: no me enseñó solo eso, Jesús me enseñó también a amarlo”.

Preguntemos a Tomás dónde y cuándo nació Jesús y él responderá: “Jesús nació aquel día inolvidable en el que Él me pidió que tocara sus llagas y me fue posible testificar que la muerte no tenía poder sobre el Hijo de Dios. Solo entonces comprendí el sentido de las palabras: “”YO SOY EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA”.

Preguntemos a Juan el Bautista dónde y cuándo nace Jesús y el nos dirá: “Jesús nació el instante en que llegando al Río Jordán me pidió que lo bautizara. Y ante la profundidad de su mirada y la majestad de su figura, pude oír el mensaje de lo alto: “”Este es mi Hijo amado en quien puse mi complacencia (Mateo 17,15). Comprendí que había llegado el momento de Él crecer y yo disminuir para la gloria de Dios Padre”.

Preguntemos a Lázaro dónde y cuándo nació Jesús. Él nos responderá: “Jesús nació en Betania en la tarde en que visitó mi tumba y dijo: “”Lázaro, levántate””!!!!!!!!!!!! En ese momento comprendí finalmente quién era Él: la resurrección y la vida”.

Preguntemos a Judas dónde y cuándo nació Jesús y él nos dirá: “Jesús nació en el momento en que asistía a su juzgamiento y a su condena. Comprendí que Jesús estaba por encima de todos los tesoros terrenos”.

Preguntemos finalmente a María de Nazareth dónde y cuándo nació Jesús y Ella nos responderá: “Jesús nació en Belén bajo las estrellas que eran focos de luz guiando a los pastores y sus ovejas a la cuna de paja. Fue cundo lo tomé en mis brazos por primera vez y sentí cumplirse la promesa de un nuevo tiempo, a través de aquel Niño que Dios había enviado al mundo para enseñar a los hombres la ley mayor del amor”.