Mi Dios es frágil

Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre. Es el Hombre-Dios.
Como Dios tiene el poder y la fortaleza divinas.
Como Hombre, la fragilidad humana.
Por eso decimos: “Mi Dios es frágil”.
Tuvo hambre, sueño y cansancio.
Conoció la alegría humana, la amistad, el gozo.
Fue frágil mi Dios por sus sentimientos, por su sensibilidad humana.
El sentimiento más poderoso de Cristo fue el Amor. Por amor divino, se encarnó vivió, sufrió y murió.
Camino al Calvario, la humanidad frágil de mi Dios nos muestra sus tres caídas: bajo ¿el peso de la cruz?.... Bajo ¿el peso de los pecados de la humanidad?... Pero su divinidad le regala a la Verónica aquel rostro doliente estampado en el velo, con que ella supo restañar las huellas visibles de las heridas recibidas.
En la Cruz del Viernes Santo moría el Hombre, redimiendo a la humanidad como Hombre y como Dios.
Sufría como Hombre y soportaba como Dios.
La fragilidad de Jesús en la Cruz se unía a la fortaleza del Dios enviado a salvar a los hombres. Como Hombre obedecía, como Dios cumplía.
Mi Dios humano es frágil.
Amigos, contemplemos a Cristo en la Cruz.
Nada humanamente más frágil que su exclamación: “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?
Jesús murió perdonando, excusando al hombre deicida.
Otra vez Hombre y Dios, implora:”Perdónalos no saben lo que hacen”. Y desde la Cruz canonizó al ladrón, convirtiéndolo en santo de la Iglesia; “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

Y encomendando su alma al Padre, como Hombre murió: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.

Había vivido para hacer el bien. Fue dulce y tierno con los débiles, y severo con los soberbios.
Curaba a los enfermos: ciegos, leprosos... No amaba al dolor ni a la enfermedad.
Su humanidad lo hacía frágil y compasivo frente a cualquier dolor.
Hombre de su época, vestía y hablaba como todos.
Rompió la vieja moral del “ojo por ojo y diente por diente”, y de la venganza mezquina. Mi Dios inauguró la frontera de un amor nuevo. Y a pesar de ser perseguido, siguió amando y mi Dios ¡venció a la muerte! Haciendo brotar un fruto nuevo: la resurrección.
Debió morir para triunfar.
Es difícil este Dios humanamente frágil para quienes creen que se triunfa, venciendo; que sólo se defiende, matando; para quienes no creen que la salvación es un regalo del cielo al justo y al pecador arrepentido.

Tuvo en padre y una Madre; como un hombre común, vivió en el seno de una familia. A José le quería y respetaba como un hijo; a María la quería entrañablemente como los hijos quieren a sus madres.
Y como Dios, le agradecía en silencio su aceptación de la voluntad divina.
Por Ella vino a nosotros. Por el sí de Ella al Padre, se cumplió la redención y salvación de todo el género humano.
Mi Dios es frágil por la intensidad de sus sentimientos humanos.
Generoso, compasivo, cercano.
También conoció el enojo al echar a los mercaderes del Templo. Era Hombre justo, en el cuidado de los intereses divinos.
Con su Palabra - Palabra de Dios- y con el ejemplo de su vida y de su muerte – vida y muerte del Hombre- enseñó la doctrina que nos guía a nuestro destino de felicidad eterna.
Y ahora es nuestra decisión personal: aceptarlo en su fragilidad humana tan cercana y en su Divinidad. Aceptar cada uno su propia redención y salvación, por la que Él vivió y murió.
Como Dios y como Hombre.
Perfecto en cuanto Dios, como hombre, mi Dios es frágil.

Testamento de Jesús

Yo, Jesús de Nazareth, conociendo que mi hora se aproxima y estando en posesión de todas mis facultades para firmar este documento, expreso mi deseo de repartir mis bienes entre las personas más cercanas a Mí. Pero, siendo entregado como Cordero para la salvación de la humanidad, creo conveniente repartirlos entre todos. Y así les dejo a los hombres de todas las generaciones, las cosas que han estado en mi vida desde mi nacimiento y que la han marcado de un modo significativo:

La estrella a los que están desorientados y necesitan ver claro para seguir adelante, y a todo aquél que desee ser guiado o servir de guía.
El pesebre
A los que no tienen nada, ni siquiera un sitio para cobijarse, o un fuego para calentarse, en rueda de familia o con amigos.
Mis sandalias
son las sandalias de los que deseen emprender un camino; y de los que están dispuestos a no dejar el camino y seguir andando.
La palangana
donde les he lavado los pies, a quienes quieran servir, a quien desee ser pequeño ante los hombres, pues será grande a los ojos de mi Padre. El plato
en el que voy a partir el pan, es para los que vivan como hermanos, para los que estén dispuestos a amar ante todo y a todos.
El Cáliz
lo dejo a quienes estén sedientos de un mundo mejor y una sociedad más justa.
La cruz
es para todo aquél que esté dispuesto a cargar con ella.
Mi túnica
a todos quienes la dividan y la compartan. Mi palabra
y las enseñanzas que me confió mi Padre, a todos los que la escuchen y la pongan en práctica.
La alegría
a todos los que quieran compartirla.
La humildad
la dejo a todos los que estén dispuestos a trabajar por la expansión del Reino de Dios.
Mi hombro
a todo el que necesite un amigo en quien reclinar la cabeza y al abatido por el cansancio del camino, para que descansen y recobren fuerzas para seguir.
Mi perdón
es para todos, para los que día tras día, pecado tras pecado, sepan volver al Padre; personalmente, siento una predilección especial por los más débiles.

También dejo como legado a la humanidad entera, las actividades que han guiado mi vida, para que también sea la guía de la de ustedes. Yo soy la vida y tú puedes transmitirla. Manténganse unidos y quiéranse de verdad. Los he amado hasta el extremo y los llevo en mi corazón. JESÚS

La pasión de Cristo y nosotros

Todos conocemos los pasos de Jesús en su misión redentora: su Pasión.
La oración en el huerto, y sus amigos elegidos por Él para acompañarlo... se quedaron dormidos.
El juicio... y la deserción de los suyos.
Azotado y coronado de espinas, burlas, y escarnecimiento.
El camino al Calvario, en el que a su paso era insultado y agraviado por el pueblo que sólo le debía favores, bondad y milagros portentosos.
Y en ese camino, la Verónica, enjugando su rostro con su velo, llena de piedad y amor.
El cireneo ayudándole a cargar el madero de la Cruz.
Finalmente la tortura de la Cruz. Clavos en sus manos que curaban y en sus pies que recorrieron caminos largos y cansadores, para ayudar y enseñar el bien.
Crucificado como un delincuente, junto a dos ladrones. Una humillación más.
Presentes entre la multitud enardecida, llena de odio y violencia..... estaban al pie de la Cruz las mujeres piadosas, y a su lado Juan el discípulo que acompañaba a María, la Madre. Hasta el último suspiro.
Confundidas, la ira y el dolor silencioso, profundo.
Allí, en el Monte Calvario. En el momento supremo y solemne de la Redención y Salvación de los hombres.
Como todos lo sabemos.
Sufrimiento y consuelo, odio y amor. Así se cumplía la profecía del anciano Simeón.

Todos nosotros, siglos después, también participamos del camino doloroso de Jesús.
¿Qué hemos elegido?
¿Nos dormimos en la indiferencia?
¿Desertamos y nos escondemos?
¿Renegamos de Jesús, como quienes lo llevaron al Calvario?
O somos otros cireneos, que le ayudamos con nuestros contratiempos y dolores a llevar la Cruz.....
O somos como Verónica, que limpiamos su rostro con nuestras oraciones,
con nuestro agradecimiento, con nuestras muestras de amor....
¿Qué lado hemos elegido? ¿En qué parte estamos?
Nos comportamos, acaso, como hijos de María y hermanos de Jesús,
aceptando el regalo de Cristo en la Cruz al identificarnos en Juan:
“Madre, ahí tienes a tu hijo, hijo ahí tienes a tu Madre”.....
Ésa es nuestra elección personal: no nos equivoquemos.

Bendito sea el Señor.
Bendita sea nuestra Madre, María.

Amigos, seguramente nosotros hemos tomado ya la opción correcta. No nos equivocamos. Continuemos siempre, pase lo que pase, demostrando nuestro amor y nuestro agradecimiento a Cristo Salvador. Y a María, la co-redentora.
Que nuestra vida sea en el camino de Jesús, una compañía segura que alivie y descanse sus sufrimientos por nosotros.
Demostremos que somos fieles. Honremos su sacrificio.
Llenemos nuestro corazón de ideal y pureza, de abnegación y espiritualidad.
Con el pensamiento puesto en Quien nos salvó y nos invita a su Paraíso eterno, a través de una Cruz, símbolo de amor infinito.
Que así sea.

Las quejas de Jesús

Jesús murió en la Cruz por cada uno de los hombres, sin una sola queja.
¿Qué le pide Jesús a los hombres?
¿Cuáles son las quejas que pueden aflorar en su Corazón?
Escucha con atención estos lamentos del Señor Jesús.

Yo soy el camino y no andas por él.
Yo soy la verdad y no me crees.
Yo soy la vida y no me disfrutas.
Soy tu Redentor y se te olvida.
Soy tu Salvador y me rechazas.
Soy tu guía y no me sigues.
Soy justo y desconfías.
Soy amor y me persigues.
Soy la luz y no resplandezco ante tus ojos.

Me dices “Maestro” y no aprendes.
Me dices “Pastor” y no formas parte de mi rebaño.
Me dices “Señor” y no me obedeces.
Me dices “Rey” y te burlas de Mí.
Me llamas “Eterno” y no me esperas.
Me llamas “Bueno” y no me estimas.
Me llamas “Santo” y no me imitas.
Me llamas “Amigo” y me traicionas.

Te dí memoria y te olvidas que existo.
Te dí inteligencia y no me entiendes.
Te perdono y más me ofendes.
Te espero y nunca llegas.
Te ayudo y me criticas.
Te cuido y no me agradeces.
Te busco y tú te escondes.
Te hablo y no me escuchas.
Te hice fuerte y te doblegas.
Te hice poderoso y te esclavizas.
Te hice sabio y me ignoras.
Te hice importante y me desprecias.
Te hice sano y te envileces.
Te hice mi hijo y no me honras.
Soy tu Dios y no me aceptas.

Tuya en mi gloria si la quieres.
He venido para dártele en abundancia.
Dime, hijo mío, ¿qué más quieres que haga por ti?

40 días

Vivimos nuevamente la Cuaresma. 40 Días.
Sí, otra vez estos 40 días.
¿Qué haré este año? ¿Dejaré de fumar? ¿Dejaré de tomar cerveza o refrescos? ¿No comeré dulces? ¿Ni chocolate? ¿Tampoco tomaré mi cafecito? 40 Días otra vez: una vieja historia que se repite, año tras año.
Y como siempre trataré de hacer algo.... Tal vez siga le ley del mínimo esfuerzo con las pequeñas renuncias a mis hábitos.... Y por unos cuantos días me dará resultado!
Pero ¿es éste el objetivo?
Cuaresma. 40 días....
Oración, penitencia, conversión íntima, limosna. Confesión y comunión...
¿Ayudar a otros?
¿Indulgencias?
¿De qué se trata?
Jesús: realmente creo que no entiendo....
¿Por qué es tan difícil?
Y Jesús mismo me responde:
Yo soy el camino, la verdad y la vida. Todo lo que te pido es que me sigas.
Que vengas conmigo adonde Yo vaya, en este camino de la Cruz.
Porque te necesito. 40 Días otra vez...
Te necesito a ti. No necesito tus cigarrillos, ni tus bebidas, ni tus refrescos, ni el azúcar, ni el café, ni el chocolate. Todo esto te ayuda a vivir el espíritu de sacrificio. Pero lo que Yo necesito eres “TÚ”.
Necesito tus pies, necesito tus manos, necesito tus ojos, necesito tu voluntad; necesito tu comprensión, necesito tu mente, tu corazón y tu alma.
¡Cuarenta días.... otra vez!
Déjame darte mi Amor, mostrarte mi perdón y mi misericordia. Te pido que me dejes entrar en tu corazón.

Acércate a Mí en el silencio de tu alma y en la quietud de tu conciencia.
Estoy ahí, sediento de ti, esperándote con los brazos abiertos.
Sé que no es fácil, pero ciertamente posible.
El camino es largo, pero no te desanimes.
Puede ser doloroso a veces, pero Yo estoy siempre contigo.
Para convertir tu cansancio en ánimo, tu tristeza en alegría, tu pecado en gracia, tu soledad en compañía.
No fue nada fácil para Mí hacerlo hace más de 2000 años: estaba solo,
hambriento, cansado, tuve tentaciones.... Pero tenía la seguridad que mi Padre ni me abandonaría y su voz me repetía: “confía en Mí”.
No dejes que estos 40 días sean nada más que un cambio cuaresmal, otra vez.
Arriésgate a caminar conmigo y haz de este camino algo muy especial,
entre tú y YO, un camino desde dentro del corazón.
40 días otra vez, pero distintos.
Confía en Mí. Caminaremos juntos, sufriremos juntos, moriremos juntos al pecado en la cruz, para resucitar y vivir juntos Mi Gracia en la Luz de la Pascua.

Inicio del tiempo de cuaresma

Hemos empezado a vivir este Tiempo de Cuaresma, que nos acerca a Jesús, en el que nos sentimos muy unidos a Él. Lo acompañaremos durante estas semanas en su Via Crucis, subiremos con Jesús al Monte Calvario, y como Juan, reservaremos un lugar junto a María.

Es tiempo de tristeza... y también podemos sentir una íntima rebelión ante la injusticia, ante el acontecimiento histórico más injusto que llevó a una muerte cruel a un inocente. Eso, como Hombre, Jesús era también Dios.

Lo que frena nuestra rebeldía es saber que Cristo se ofreció voluntariamente para cumplir ese destino, en misión salvadora, en acto redentor. Lo hizo por amor. Y ese amor sin medida por el hombre, nos inclina a sentirnos muy humildes frente a tanta grandeza. Y nos obliga al agradecimiento más profundo.

Se mezclan pues, los sentimientos: dolor, rebeldía, agradecimiento... y alegría: la alegría de sabernos redimidos. Estamos salvados. Sí, en cuanto aceptemos el perdón conseguido en la Cruz, que ya es nuestro. De todos. Qué pena que haya quienes no lo aceptan...

Tiempo de Cuaresma.
Para acompañar a Jesús en su dolor, podemos ofrecer nuestros momentos de pena, de frustración, aquéllos en que las cosas no nos han salido como queríamos o como esperábamos, nuestras contrariedades que aparecen a cada rato, la falta de salud, las limitaciones, cualquiera que ellas sean. Y ocuparemos el lugar del Cireneo. Con nuestra oración y nuestra solidaridad ejercida con caridad, ocuparemos el lugar de la Verónica. Con silencio piadoso y elocuente estaremos junto a María.

Tiempo de Cuaresma.
Es tiempo de conversión interior. De aceptar nuestras faltas, pidiendo perdón por ellas, con el firme propósito de corregirlas.

Tiempo de Cuaresma.
Es tiempo de amor. Jesucristo derrama su sangre y su amor por nosotros. Ese amor se devuelve, se paga con un amor incondicional de nuestra parte por quien es nuestro Redentor y Salvador. Y con amor fraterno, chispa del amor divino, por quienes nos rodean, nos necesitan, son nuestros hermanos en Cristo Jesús.

Tiempo de Cuaresma.
Nos lleva directamente a meternos en el Misterio Pascual. Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús.

La Resurrección de Cristo debe alumbrar toda la Cuaresma. Es la luz en el camino. Es la culminación de la misión redentora. Es luz de esperanza, que disipa las tinieblas.

Después del Viernes Santo, vendrá el Domingo de Pascua, en que cantaremos nuestro aleluya.

Pero para sentir la gran alegría pascual, debemos sentir el dolor del Viernes Santo. Sin el dolor de aquel viernes, nada tendríamos que festejar ese domingo.

Amigos, sepamos acompañar a Jesús, confortar el dolor de María, para gritar desde el corazón la alegría de la Pascua.

Símbolos de la cuaresma

Hoy trataremos de comprender y asumir más concretamente, los símbolos que nos presenta la Cuaresma.

La ceniza. Nos recuerda nuestra condición débil y caduca. Nos pone delante de nuestra fragilidad. Expresa la conversión; el deseo de librarnos del mal que hay en nosotros: la desunión, la violencia, la falta de solidaridad, la indiferencia... Es un gesto de humildad y de súplica ante el Dios de la vida. Es un signo de comienzo. Con la ceniza iniciamos el camino hacia la Pascua.

La Cruz. Es el símbolo predilecto para representar a Cristo y su historia de salvación. Símbolo de la Nueva Alianza realizada en la Pascua de Jesús. Ilumina nuestra vida, nos da esperanza, nos enseña el camino. Nos asegura la victoria de Cristo. Nos compromete a un estilo de vida –el mismo de Jesús- para llegar a la nueva existencia del Resucitado. En la Cruz se concentra la Buena Noticia del Evangelio.

La señal de la Cruz. Es un gesto sencillo lleno de significado, una verdadera confesión de nuestra fe. Dios nos ha salvado en la Cruz de Cristo. Es un signo de pertenencia. Hacerla sobre nuestra persona está diciendo que estoy bautizado, que pertenezco a Cristo y estoy para siempre bendecido.

Vida según la Cruz. Al colocar una cruz en una casa, o cuando la vemos en la iglesia, o la llevamos suspendida al cuello, o cuando simplemente nos hacemos la señal de la Cruz, debemos dar a estos gestos el sentido auténtico que tienen. La Cruz debería ser siempre un signo de alegría por sentirnos salvados por Cristo, por pertenecerle desde nuestro Bautismo. La Cruz es un signo de victoria, de gloria.
La imagen o la señal de la Cruz quiere ser un compromiso, indicarnos el camino pascual de muerte y resurrección que recorrió Cristo y ahora nos invita a nosotros a recorrer. Nos recuerda a los que sufren en el mundo. Cristo en la Cruz es como el portavoz de los que lloran y sufren, a la vez que es garantía y proclama de victoria para todos.

El ayuno. Los cristianos realizamos el gesto del ayuno para expresar nuestra voluntad de conversión. En medio de una sociedad que estimula el gasto y toda satisfacción personal, recordamos que los valores materiales no son absolutos y que los valores sobrenaturales, hay que cuidarlos. El ayuno no consiste tanto en un ejercicio corporal de ascética, sino que quiere ser un modo simbólico de una actitud interior. Lo realizamos con alegría, lo ofrecemos sin alardes de virtud.
Hacemos ayuno con una dimensión comunitaria, ya sea parroquial, apostólica, religiosa o familiar. Es un gesto educador, pedagógico, que nos ayuda a expresar control sobre nosotros mismos y a abrirnos a Dios y a los hermanos.

El camino. La vida cristiana es hacer camino siguiendo a Jesús. La Iglesia peregrina en la Tierra. La Iglesia en marcha es la expresión simbólica de un pueblo que persigue una meta y se pone en camino para alcanzarla. El “camino es una expresión de que viajamos con esperanza, con los pies en el “hoy y aquí” y convencidos de la presencia de Cristo en medio de nosotros.

Cuaresma y batuismo

Todos sabemos la fecha en que nacimos, pero casi ninguno recuerda la fecha de su Bautismo. Y ese día también nacimos. Nacimos como hijos de Dios, miembros de la Iglesia, entramos a formar parte del Cuerpo Místico del que Cristo es la Cabeza.
Por supuesto que las promesas del bautismo, en la mayoría de los casos, alguien “las comprometió” por nosotros. Los padrinos.

Bien. La Cuaresma nos lleva a la Pascua, triunfo final de Cristo con su Resurrección gloriosa. Y nosotros hemos comenzado a vivir, a revivir, ese camino de la Pasión dolorosa de Cristo, recordando y acompañando a Jesús en su caminar hasta su muerte en la Cruz. Y ¿cuáles son los gestos de este camino que emprendimos? Ni más ni menos que el cumplimiento de aquellas promesas bautismales. Porque ahora sí que nosotros las conocemos. Y renovamos todos los años en la Misa de Pascua.
Hemos dicho “Sí, renuncio” al pecado, a la seducción del mal, a Satanás.
Hemos dicho “Sí prometo” a seguir a Jesucristo.

Amigos, el camino de la Cuaresma es éste. Conversión. No ofender a Dios con nuestro pecado, apartarnos de toda ocasión que nos impulse a una caída que ofenda a Dios. Seguir a Cristo. Valorar su Sacrificio por nosotros.
Es el tiempo de preguntarnos a nosotros mismos como vivimos en nuestro interior el ser hijos de Dios, ser cristianos fieles a Jesús, dignos hijos de María y de cómo lo vivimos externamente. Preguntarnos si en nuestras acciones y decisiones de todo momento demostramos a quienes nos rodean esa vida cristiana, esa fe que nos mueve.

Es difícil en nuestra sociedad actual pensar, actuar y vivir en todo momento como un fiel cristiano. El mundo que nos rodea, generalmente, no cree como nosotros, no vive como nosotros, no piensa como nosotros, no tiene los valores que tenemos nosotros. Valores que se muestran en las convicciones, que determinan nuestro proceder. Y los valores distintos o falta de valores de quienes siguen conductas diferentes, simplemente, por no tener esa convicción o porque es costumbre. Falsamente hoy se cree, que todo lo que es costumbre, está bien. Y entonces hay que adaptarse. Adaptarse, SI, a todo aquello que es de este tiempo, pero que no vulnera principios morales y valores fundamentales. No podremos impedir que se incumplan nuestros valores, ya no decimos cristianos, sino muchas veces, valores morales naturales, pero podemos hacer saber prudente y firmemente nuestra posición de cristianos fieles. Ya es algo...

A los bautizados nos toca continuar ejerciendo, y siendo así un ejemplo, todo lo que Cristo predicó con su ejemplo y su Palabra: sus enseñanzas. Cumplir lo mejor posible los Diez Mandamientos de la Ley entregados por el Padre a Moisés, siempre vigentes.
Las costumbres del mundo, generalmente, van por otro lado. Decidamos firmemente estar del lado que nos corresponde como hijos de Dios, miembros de la Iglesia y actuales discípulos de Jesús.
Sepamos defender siempre la vida, regalo de Dios; y la familia como valor insustituible en toda sociedad.

Así es el cumplimiento de la promesas del bautismo. Así es seguir caminando junto a Jesús, en este Tiempo de Cuaresma y en todo momento. Sólo que durante la Cuaresma, acompañamos los momentos más difíciles de la Vida de Jesús, que se acerca a la más afrentosa y dolorosa Muerte por nosotros. Por un infinito Amor a cada uno de nosotros.

Un viaje por la cuaresma

La Cuaresma:
Ir al desierto para encontrar lo esencial.
Dame fuerzas, Señor, para adentrarme en mi interior y encontrar lo que Tú has sembrado en mi para ofrecerlo a los demás.

La Cuaresma:
Dejarse iluminar por la La Luz.
Que Tu Luz, Señor, ilumine mi vida y me ayude a comprender lo que me da felicidad y sentido.

La Cuaresma:
Dejarse guiar por el Señor que nos lleva por sus caminos.
Gracias, Señor, por todos los que me han transmitido la Fe y me ayudan a hacerla más intensa, más profunda, más personalizada, más madura.

La Cuaresma:
Urgencia de conversión.
Que Te conozca, Señor, y me conozca a mi misma como tu me conoces, para que irradie tu amor a toda persona que se relacione conmigo.

La Cuaresma:
Camino de Vida.
Ayúdame, Señor, a caminar por tus caminos, que nada ni nadie me aparte de tu amor de Padre.

La Cuaresma:
Hacer la voluntad de Dios.
Venga, Señor, tu Reino a mi vida, a nuestro mundo, a nuestras casas, a nuestras relaciones humanas. Haz que luche por construir un ambiente más habitable, con mi presencia sencilla y cercana.

La Cuaresma:
Renovar la Fe en la oración.
Señor, enséñanos a orar con corazón limpio, con sentido profundo, con perseverancia y asiduidad para que sepa discernir tu voluntad.

La Cuaresma:
Corresponder a la elección y la llamada del Señor.
Señor, empújame a ser más, a vivir más intensamente, desarrollar todas mis capacidades y luchar por mejorar. Que no me deje vencer por la comodidad.

La Cuaresma:
Tiempo favorable para caminar y convertirse, obrando según Dios.
Te miro, Señor, y Tú me miras. Haz que encuentre en ti la fuerza que me guía.

La Cuaresma:
Reconciliación con Dios y con los hermanos.
Señor, enséñanos a vivir tus enseñanzas, desde el interior y sin barreras. Que ellas fecunden en mi los buenos propósitos que guían mi vida.

La Cuaresma:
Confianza en los verdaderos valores.
Ayúdame, Señor, a descubrir quién me necesita, a quién puedo dar una mano y dame fuerza para acompañarlo, escucharlo y estar a su lado sin claudicaciones.

La Cuaresma:
Recordar el mensaje de Dios y ponerlo en práctica.
Creo, Señor, pero aumenta mi Fe. Dame la alegría de saberte cercano y la confianza de sentir que Tu siempre estás a mi lado.

La Cuaresma:
Amar a Dios sobre todas las cosas.
Quiero, Señor, marchar por tus caminos, rechazar los ídolos que no me dejan acercarme a ti y arráigame en Tu amor.

La Cuaresma:
Hacer brotar la vida que llevas en tu interior.
Ayúdame, Señor, a desarrollar lo mucho y bueno que has sembrado en mi.

La Cuaresma:
Acoger la vida.
Ayúdame, Señor, a discernir mis caminos, descubrir lo que ayuda a crecer y madurar, lo que conduce al encuentro contigo y con los hermanos.

La Cuaresma:
Acompañar a Cristo en su pasión.
Ayúdame, Señor, a ser servidor de todos con sencillez, humildad, sensibilidad y amor.

Feliz camino hacia la Pascua de Resurrección!

Cuaresma y nosotros

Los invitamos, amigos, a profundizar en el tema de la “Cuaresma y nosotros”, o nosotros y este Tiempo cuaresmal del año litúrgico. Por supuesto que sabemos que hay que acompañar a Jesús en su arduo y difícil camino al Calvario. También sabemos muy bien, que lo hace por cada uno de nosotros y por todos. Por tanto, lo que tenemos que profundizar es el CÓMO. Es el QUÉ. Ese cómo y ese qué son algo muy personal. Cada uno sabrá, según su situación actual de vida, cuál es el suyo: lo que puede y lo que no puede, física y espiritualmente. Pero hay elementos que nos son comunes. Todos y cada uno, podemos apreciar desde el fondo del corazón la Cruz de Cristo. Todos y cada uno, podemos acompañar su sacrificio con los pequeños ofrecimientos que en el correr del día podamos hacer.

El amor Todos y cada uno, podemos amar. A Jesús y a María, quienes juntos subirán al Monte Calvario. En estos días, lo haremos de un modo más intenso, más piadoso. Ese amor, que es permanente a lo largo de la vida de la fe, es ahora acompañado de un sentimiento distinto. En Navidad fue amor y alegría. Durante el camino que lleva a la Cruz, es amor y tristeza. Tristeza no sólo por el padecimiento que acompaña cada paso de Jesús en el camino, sino tristeza también por los pecados que lo motivaron. Desde Adán y Eva hasta esta generación actual y nuestra. **El arrepentimiento** - Estamos obligados también al arrepentimiento de cualquier pecado no confesado –los que han sido confesados tienen el perdón conseguido en la Cruz de Cristo- sino por los cuales tenemos aún que arrepentirnos y pedir perdón. En el amor a Jesús, nos arrepentimos. Y en el amor de Dios Padre se nos perdona, por el sacrificio de amor sublime de Dios Hijo. **El agradecimiento** – Es insoslayable agradecer el amor y el dolor de la Redención. Estamos perdonados de todo aquello que nos arrepintamos y pidamos perdón. Fue el motivo por el cual el Padre envió al Hijo y el Hijo aceptó la voluntad del Padre. Sublime misión de amor y perdón, que comenzó con el SI de María. Gracias, de todo corazón. No volveremos a ofender con nuestras faltas. **La alegría** – Es realmente una paradoja hablar de alegría en momentos de dolor y tristeza. Pero es que naturalmente debemos sentir la alegría de sabernos perdonados. Y sentimos también alegría y la felicidad de saber que a la Muerte de Cristo en la Cruz, sigue su Resurrección gloriosa. La Resurrección de Jesús, anticipa y asegura nuestra resurrección. Motivos de profunda alegría en nosotros. Satisfacción infinita también en Cristo que supo cumplir la misión redentora encargada por el Padre. La Segunda Persona de la Trinidad Santa, goza eternamente, junto al Padre y al Espíritu Santo. Amigos, estos los fundamentos de la Cuaresma. Los propósitos esenciales en la Cuaresma. Todo lo demás que cada uno, voluntariamente ofrezca, será por añadidura.

Soledad de María

Acompañemos a María en su soledad.
María se ha quedado sola.
El dolor y el sufrimiento han caminado con Ella, que acompañaba los pasos de Jesús, su Hijo divino. Fueron sus constantes compañeros desde la llegada de Jesús, entonces triunfante, a Jerusalén.
Después, todo cambió.
Traición, injusticia, burla, crueldad.
María curó las heridas del látigo desgarrador.
María presenció el paso de Jesús, coronado de espinas y cargando en su hombro el madero de su cruz, por las calles de la ciudad. Como un malhechor, un delincuente más.
Se mantuvo estoica al pie de la Cruz.
Acompañando el momento.
Una cruz, infame, cruel, injusta.
Pero también una cruz redentora, salvadora, cruz de amor.
El amor de Jesús que moría por amor a los hombres, cumpliendo su misión salvífica.
Allí estaba María, su Madre y desde ese momento, la nuestra también. Redimiendo con Él.
Ahora María está sola con su dolor que le aprieta el corazón, su corazón de Madre, como todas las madres de este mundo.
Jesús era hombre y Dios.
María era solamente una mujer.
La elegida, la predestinada, sí; pero mujer igual en su humanidad a todas las mujeres de la tierra.

María creía en su Hijo. Y como creía, también esperaba. Su dolor era esperanzado.
Él había dicho que resucitaría. María sabía que así sería. Y la esperanza y la fe, obraban sobre su dolor, refrescaban su corazón. La fe y la confianza de María en la Palabra de Dios, provocaban una esperanza firme y segura.
La esperanza y la fe eran su consuelo.
El consuelo que se necesita en los momentos difíciles, en la soledad. María había dicho: “Soy la esclava del Señor”.
Y lo seguía siendo, ahora como antes, como siempre.
Dios lo quería....... María lo aceptaba.
Elegida, predestinada. Preparada por Dios Padre para ser la Madre de Dios Hijo.
El domingo de Pascua, todo se confirmaría.
En ese domingo, el abrazo apretado del Hijo, marcaría el triunfo de Jesús sobre la muerte y el triunfo de María, en su fe, su esperanza y su caridad.
La injusta y aberrante Cruz del Viernes Santo, fue y seguirá siendo, la Cruz del Amor que todo lo dio.
El amor de Jesús y el amor de María por nosotros: por ti, por mí.

Las 7 palabras de Cristo en la cruz

Introducción

“Tiempo de María” se propone recordar y meditar con ustedes las Siete Palabras de Cristo en la Cruz, último mensaje a la humanidad, que tienen un sentido de legado que Jesús hace a los hombres de todas las generaciones; de la verdad última pronunciada por la Verdad absoluta. Deben resumir, pues, todas las verdades: su doctrina, su predicación, su ejemplo vivo. Todo será ratificado y resumido desde la Cruz. Hoy, a veintiún siglos de distancia, Cristo ¿cómo suenan tus Palabras? ¿Qué significan para nosotros, tan promocionados y sofisticados? Somos muy cultos, muy inteligentes y estamos muy orgullosos de los avances científicos y tecnológicos. Tan satisfechos que siempre creamos una ciencia nueva, un avance más en la tecnología.
La ciencia avanzada de la comunicación, nos hoy permite acortar distancias entre los lugares más alejados del mundo; y el hombre actual, que tanto corre atrás de la vida, está más incomunicado que nunca. No tiene tiempo casi para vivir su vida, menos para disfrutarla, para perfeccionar sus valores y vivirlos. Se siente receloso, solo, casi sin familia, porque cada uno corre por su lado. No hay casi vida familiar. Cada cual, la suya. Comunicación física, sin comunicación afectiva o espiritual.
Los pueblos ¿tienen comunicación entre ellos? A la vista salta notoriamente que la comunicación más generalizada es el lenguaje de las armas de destrucción y de guerra.
¿Y la comunicación con Dios Padre? ¿La tenemos, la vivimos? Acaso ¿el mundo no lo ha olvidado? ¿No prescinde de Él?..... Cristo crucificado: ¿seremos capaces de comprender tus últimas palabras e interpretar el significado que Tú les diste? Tú las dijiste en los últimos momentos de tu vida como hombre, empapadas y ungidas con tu sangre, tu agonía y tu muerte. Nosotros ¿las recibimos?
Tú nos habías prevenido cuando dijiste: “Los cielos y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”.
También estas últimas palabras tienen vida eterna. No podemos esquivarlas ni escamotearlas, aunque nos resulten incómodas, aunque no se ajusten a las nuestras, a nuestro modo de querer vivir, a nuestra personal ideología. Tal vez hemos hilvanado un nuevo evangelio personal: ni Marcos, ni Mateo, ni Lucas ni Juan. El nuestro. Más moderno, más adaptado a nuestra comodidad y a nuestro sistema de vida, a nuestro acontecer socio-político-económico. A nuestra medida. Y, seguramente, en este quinto evangelio no hemos incluido tus siete frases de amor y perdón, de dolor y sacrificio.

Primera Palabra. “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
“Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Esta es Cristo tu primera palabra. De perdón, pero como el tuyo; no como el nuestro. Tú perdonas con amor, disculpando la falta, atenuando la afrenta injusta, la infamia mayor de la historia: la pena de muerte y muerte de cruz. Tú juzgado y condenado como un malhechor, un ladrón, una lacra de la sociedad.
Y en la hora en que se consuma la ignominia, Tú hablas y dices “perdón para ellos porque no saben lo que hacen”. En el momento del atropello peor de la humanidad, Tú el atropellado, el Dios atropellado por el hombre, perdonas y disculpas.
Sólo una clave existe para comprenderte: el Amor. Perdonas así, porque amas.
Tu definición es el Amor. Eres el Redentor que ama.
Ese es tu testamento: amar. Y la clave de tu sistema y tu doctrina para todos quienes quieren seguirte. Siempre, a lo largo de toda la existencia de la humanidad. Tu Palabra es eterna.
En este primer día de Semana Santa, reflexionemos profundamente.
Nuestro vocabulario ¿es de amor? ¿No estamos usando una fraseología de lucha y violencia? Hoy por hoy ¿no tiene más vigencia el odio que el amor? ¿No se aplican la venganza y el rencor, más que el perdón y el olvido de la falta cometida?
Mientras tu Sangre desde el Altar grita tu amor, la humanidad creyente ¿amamos u odiamos? ¿perdonamos?...
Por tu primera Palabra en la Cruz, Cristo, conserva vivo en los corazones de los fieles el primer mandato del Evangelio que es el Amor.

Segunda Palabra: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”
El Viernes Santo, en el Calvario, no había una sola Cruz, sino tres.
La de Cristo, flanqueada por las de los dos ladrones.
No podemos ni debemos separar las tres cruces que quiso juntar Cristo, para quedarnos con la suya. Las tres cruces se completan y se necesitan mutuamente.
Podríamos prescindir de una cruz de los ladrones, a condición de sustituirla con nuestra propia cruz; a la derecha o a la izquierda, como queramos. Ajusticiarlo juntamente con dos ladrones no fue ni un capricho de Pilato, ni una venganza del Tribunal Religioso Judío: fue todo un misterioso símbolo de Redención.
Humillante para Cristo, rebajado a preso común; infinitamente consolador para nosotros, exaltados a la altura divina del Redentor.
Porque esos dos ladronees nos personifican a todos nosotros.
Nosotros, ladrones. Sí. Por supuesto que no atracamos a mano armada en los caminos, ni asaltamos la propiedad ajena. Robamos sin tocar nada, sin mancharnos las manos, científica y civilizadamente, robamos de todo: dinero, bienestar, fama, cargos sociales y honoríficos, puestos de trabajo, salud mental y física, alegría, paz y vida...
Sobre la Cruz de Cristo, un letrero decía que Cristo era Rey.
Y por eso, uno de los ladrones, al que llamamos “bueno”, de nombre Dimas, le pide: “Acuérdate de mí cuando estés en tu Reino”. Y Cristo inmediatamente, promete: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.
Cristo asegura un Paraíso en el Cielo a quien andaba robando por los caminos para tener un paraíso en la tierra.
El otro ladrón –de nombre Gestas- al que llamamos “malo” le formula a Cristo otra petición que tal vez nos parezca mucho más actual, más acertada según nuestras convicciones e ideas. Le grita: “Bájate, Cristo de la Cruz; bájanos a nosotros y creeremos en Ti”.
¿No es esto un paraíso? Es real, es concreto y no quimérico, nunca visto y tan remoto... como el Paraíso que promete en el patíbulo, alguien a quien le han quitado todo... hasta la vida y ¡cómo!
El pedido del ladrón “malo” es algo tangible, inmediato.
Un milagro espectacular: ¡es claro que creeremos! ¿No puede Cristo hacerlo? ¿No es Dios” ¿No ha realizado ya tantos milagros?... Este sería consagratorio. Parece pues, ésta del ladrón “malo” una propuesta más acertada para la humanidad actual, tan materializada. Nada de paraísos quiméricos en el Cielo, el paraíso en la tierra, ahora. En esta vida, no en otra, la humanidad que, desde la proyección del siglo veintiuno, contemplaría por siempre sus Palabras en la Cruz, está mejor dispuesta para aceptar hechos concretos, en este mundo. Ya casi no habla del Cielo. El leguaje habitual en estos tiempos, habla de promoción social, de desarrollo económico, de progreso tecnológico, de infraestructuras, de cambios de estructuras. ¿De vida eterna? ¿De salvación? ¿De cielo?... Realmente, no. Acaso, unos pocos.
¿No sería mejor bajar a Cristo de la Cruz, como final feliz del Viernes Santo? ¿Y no que se quede en ella hasta morir? ¿No sería mejor hacer desaparecer la Cruz? Hacerla desaparecer en el silencio, que es el mayor y más refinado desprecio. Y allí, a ese silencio, lanzar la resignación, la paciencia, el sufrimiento, la humildad, el valor...
Un mundo sin nada de esto. Sin Cruz o sin Cristo en la Cruz... ¿Qué mundo sería? Sin sentido, nos atreveríamos a decir.
A Cristo, a Dios, lo queremos para que nos hable de más allá de la tierra, del Reino de los Cielos, de Vida Eterna.
Para hablar de la tierra, no lo necesitamos. Nos bastamos nosotros.
A Dios lo necesitamos y reclamamos para que nos hable del Cielo, del dolor, de la Cruz, de la Redención. Del mundo que no conocemos y El –Cristo- vino a anunciarnos y a conquistarnos con su Sangre. De ese Paraíso que Cristo promete en Viernes Santo, con la garantía de su Muerte y su Resurrección.

Amigos de siempre: ¿Para qué querríamos un Cristo igual a nosotros? Que sucumbe a la tentación de abandonar el sufrimiento por las comodidades... Para esto no hacía falta la venida de Jesús. Nos sobran sociólogos,
economistas y maestros de obras que se ocupan de lo humano, de lo perecedero.
Necesitábamos, eso sí, al Redentor. Al Cristo de la Cruz, que no se baja de ella y que muere en ella. Lo necesitábamos para soportar nuestra cruz personal, como El soportó la suya. Sin bajarse. Sin bajarnos.
Cristo, sobre esta humanidad del silencio culpable, levanta el clamor infinito de tu Segunda Palabra, que sigue obstinadamente prometiendo a los hombres el Paraíso del Cielo.
Gracias, Señor, por tu Cruz y tu Paraíso.

Tercera Palabra: “Mujer, mira a tu Hijo. Hijo, ésa es tu Madre”.
María estaba en el Calvario. Lo confirma Juan, único Evangelista presente.
Desde las bodas de Caná, en que la presencia de María es decisiva, el Evangelista no vuelve a situarla hasta el Calvario, lo que confiera más énfasis al hecho de que María se encuentre allí presente, dada la importancia y solemnidad del momento.
Está al pie de la Cruz, junto al Redentor.
Se destaca María por su lugar privilegiado y la destaca Cristo, dedicándole en voz alta la más larga de sus Siete Palabras, que consta de dos frases con dos encargos y dos mandatos entrañables a la Madre y al discípulo.
En la hora central de la historia, cuando el reloj va a marcar la Muerte del Redentor; cuando van a cumplirse las promesas eternas de Dios y va a nacer la Iglesia del costado abierto de Cristo; cuando se hace de noche a las tres de la tarde y el tambor tenso de la Tierra comienza a redoblar en terremoto por la muerte del Creador, entonces es cuando Cristo declara a María Madre de todos los hombres.
María ocupa el primer puesto en el Calvario, junto a Jesús, a su Cruz. Allí la coloca en ese puesto y en ese lugar, Cristo.
El Calvario es el primer Templo de la cristiandad, norma y modelo de todos los que vendrán después. En el Calvario se consagra el primer Templo católico: con la plenitud del sacrificio de Cristo que nos reconcilia con el Padre; y con la máxima adoración y acción de gracias que se hayan tributado jamás a la Divinidad.
Y en ese primer Templo, estaba María en lugar privilegiado, junto a Jesús. Arriba, el Padre, presidiendo la Redención.
Abajo, la humanidad redimida, con sus pecados.
En medio, colgado de la Cruz, el Redentor que junta y abraza a los hombres y a Dios.
Al pie del Redentor, María, eje central de fe y esperanza, alrededor del cual se aprieta y cristaliza la pequeña y primera Iglesia, nacida y presente en el Monte Calvario.
Cristo: Tú le diste a María ese puesto privilegiado en la historia de la Salvación.
Tú la hiciste libremente, necesaria.
Tú quisiste redimir al mundo, en compañía de tu Madre.
Tú quisiste sufrir y agonizar y morir al lado de María.
Cristo: Tú nos diste a esa Madre solemne y generosamente, en tu Tercera Palabra desde la Cruz.
Queremos nacer y crecer y madurar en le fe, al lado de María: como Tú.
Queremos mejorar al mundo, con amor de hermanos, al lado de la Madre: como Tú.
Y queremos sufrir, agonizar y morir, sabiendo que María, nuestra Madre, está al pie de nuestra Cruz: como Tú.

Cuarta Palabra: “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?" Cristo: cada Palabra tuya es una sorpresa. Nos asombra que Tú experimentes en la Cruz esa vivencia tan humana de sentirte abandonado.
Y no lo escondes, no recatas tu angustia, la proclamas en voz alta con una queja desgarrada: “Dios mío ¿por qué me has abandonado?
Debió ser pavorosa esa desgarrada vivencia. Para nosotros, también incomprensible en su doble misterio. El que Tú te sientas abandonado por tu Padre, cosa que jamás podremos entender, y el que Tú, sabiduría infinita, no sepas el por qué de ese abandono; y a fuerza de buscar en tu interior inútilmente la respuesta, te explota en los labios esa queja amorosa y pregunta humildísima ¿por qué me has abandonado?
Gracias, Cristo.
Nos consuela infinitamente el oírte hablar asi, como nosotros, como un hombre cualquiera desgarrado por la vida.
Con esta Cuarta Palabra te acercas fraternalmente a toda la humanidad. Hablas como nosotros, el mismo leguaje torturado. Y formulas la misma pregunta desconcertada y rebelde.
No entendemos tu abandono; pero por eso, precisamente, te lo agradecemos más. Gracias, cristo.
Nunca tal vez como hoy, hemos vivido los hombres este desolado vacío, interior y exterior, del abandono. Nos sentimos abandonados. Abandonados de todo: porque nada de lo que nos rodea logra llenar y responder a ese vacío existencial de nuestra vida.
Abandonados también de Dios. Aunque en la infinita mayoría de las veces no es propiamente Dios el que nos abandona, sino que somos nosotros los que, a la vuelta de mil caminos, abandonamos a Dios.
Son muchas las veces, muchísimas, las que nos sentimos los hombres cruelmente abandonados de la sociedad, los amigos, las instituciones...
Y en una más entrañable y radical vivencia desgarradora, llegamos a sentirnos abandonados de Dios.
Como Cristo, en el vacío de su Cruz. Con toda la infinita distancia que separa su incomprensible abandono divino, de nuestro limitado abandono humano.
Pero coincidimos en lo fundamental y gritamos la misma rebelde pregunta, que queda sin respuesta en nuestros labios: ¿por qué?
Gracias, Cristo.
¿Cuántos por qué hemos tenido, tenemos y tendremos en nuestra vida?
¿Quién no tiene un por qué?
O un montón de porqués.
Cada uno captará de distinta manera las afiladas aristas de sus por qué y lo inútil y vano de las respuestas humanas para explicarlos. Así aparecerá un Dios más agresivo y más sabroso a un tiempo, pero seguirán persistiendo, hincados entre la uña y la carne, a lo largo de toda nuestra existencia los porqués de nuestra pobre vida.
¿Por qué soy así? ¿Por qué esta familia, este medio social? ¿Por qué esta herencia en mi sangre? ¿Por qué me va así en la vida? ¿Por qué todo me sale mal, si trato de ser bueno? ¿Y al otro que es un sinvergüenza le va muy bien? ¿Por qué me fié de quien me traicionó?
¿Por qué el dolor, la locura, la guerra, el cáncer, el accidente fatal? Por qué, por qué... ¿nadie contesta? ¿ni la ciencia, ni el desarrollo, ni la economía? ¿Nadie? A pesar de nuestra mentalidad y nuestra madurez... Tal vez resulte eficaz subir al Calvario y formular otros porqués mirando a Cristo.
¿Por qué Dios tuvo que hacerse hombre? ¿Por qué tuvo que morir como un criminal en un patíbulo? ¿No había otro medio de Redención? Y María, la más pura y la más inocente de las mujeres ¿por qué tuvo que sufrir a punto de muerte al pie de la Cruz?
El mayor por qué de la historia es la Redención; Cristo clavado en la Cruz desamparado por su mismo Padre. Tan desconcertante que Cristo lo pregunta... El más desolado interrogante que podemos imaginar en la historia es Cristo en la Cruz, que el Viernes Santo le pregunta a su Padre: “¿por qué?”.

Y ésta es la lección que Cristo nos enseña en su Cuarta Palabra: acude a Dios; pregunta a Dios, busca la solución en Dios. El vino al mundo a multiplicar hasta el infinito la presencia de Dios, a consagrarlo. Vino a ungir con la consagración del óleo divino del amor de Dios, a este pobre mundo alienado por el pecado.
Y no un Dios lejano, sino un Dios entrañablemente metido en su vida y su corazón.
Un Dios al que llama positivamente “mío”. Y le dice ¿por qué?...
Aquí estamos, Cristo, junto a tu Cruz con todos los porqués de nuestra vida. Cristo, enséñanos desde la Cruz, la ciencia elemental, humilde y sencilla, de poner nuestros porqués, como Tú, en las manos de nuestro Dios. Aunque no recibamos respuesta inmediata. Tarde o temprano, Dios responde siempre.
Y el hecho sólo de preguntarle a Dios es tener ya en el alma la semilla de la respuesta.

Quinta Palabra: “Tengo sed”.
En la Cuarta Palabra, Cristo expresó su máximo dolor moral: el abandono en que lo dejaba su Padre. Y le pregunta por qué.
En la Quinta Palabra nos confiesa su mayor tormento físico: la sed. Sin preguntar por qué. Lo sabe. Se ha deshidratado al irse en sangre.
En la Cuarta Palabra le pide al Padre que lo acompañe en su abandono.
Es una entrañable sed moral. Ahora nos pide a nosotros un poco de agua para su pavorosa sed desértica.
Por eso acepta la limosna de los soldados, que, al oír la queja de Cristo se conmueven, empapan una esponja en la mezcla de agua y vinagre con que ellos refrescaban su propia sed, y ensartándola en la punta de una lanza la arriman a los labios agrietados del Crucificado.
Cristo lleva tres horas muerto de sed y viendo desde arriba cómo los soldados, a sus pies, aliviaban su sed de cuando en cuando con un trago de esa mezcla popular y eficiente de agua y vinagre.
Por eso Cristo les agradece infinitamente su limosna refrescante.
Hasta la sed infinita de Dios sube, para aliviarla, el agua de los soldados.
Y Dios la acepta.
Este vocablo, este “Tengo sed”, es la única expresión de dolor que nos confía Cristo. Escueta y tajante. Sin calificativos, sin lamentaciones que la ponderen y subrayen. “tango sed”. Basta.
Cristo es un prodigio de aguante frente al dolor, lleva casi tres horas colgado de la Cruz y hasta ese momento no sabemos, por sus labios, si sufre.
Lleva alrededor de dieciséis horas de Pasión y no ha tenido una sola palabra para quejarse de sus padecimientos. Y abre, finalmente, los labios para apretar su infinita tortura en dos palabras. Eso es todo.
Nosotros derrochamos tantas palabras para expresar y ponderar nuestros sufrimientos que, al fin, las palabras gastadas en un abuso de quejas y lamentos, pierden su elocuencia.
Por eso la única expresión de dolor de Cristo, se yergue y se impone, irresistible y abrumadora, con toda su urgencia contundente. Y con toda su infinita fuerza alusiva, que no nos permite quedarnos únicamente en la sed física que pide agua.
Conociendo un poco a Cristo, adivinamos que esa sed suya, surgiendo de la quemante deshidratación de su cuerpo, nos empuja y nos arrastra a otra sed misteriosa, más entrañable y urgente. Y con razón, a ese grito de Cristo, le hemos dado sentidos más altos, distintos.
Sed de agua, sí.
Pero además, sed de justicia, de paz, de reconciliación, de armonía, de orden, de caridad...
Cristo es el hombre más sediento de la historia. Si su grito es la suma de todos los gritos de todas las células deshidratadas de su cuerpo que piden agua, es también, al mismo tiempo, la suma de todos los gritos de todos los hombres sedientos, que a lo largo de la historia –pasado y futuro- piden justicia, libertad y amor; puesto que todos los hombres sedientos somos células vivas y torturadas de ese otro cuerpo misterioso, pero real, de Cristo que es la humanidad.
Por eso, una vez más, Cristo nos representa a todos. Habla por todos. Se queja y se duele por todos.
Y reclama solemnemente, en la hora de la Redención, el agua que aplaque la sed de justicia y de amor en que se abrasa la humanidad.
Es verdad que esta interpretación es hoy más actual que nunca. Se acusa en todas las conciencias. Y nos encanta a todos. No acabamos nunca de gritar nuestra sed de justicia; sin caer en la cuenta, a fuerza de egoísmo, ya sólo hablamos de nuestra sed. Y olvidamos la sed personal de Cristo. Ya no tenemos oídos para la sed de Cristo.
Porque si nosotros tenemos sed de justicia, Cristo tiene también sed personal de amor. Lo reclama sobre todo el Viernes Santo, en el momento que da la vida por nosotros, y pide a cambio el amor de nosotros.

Hoy, Cristo, te dejamos con la palabra en los labios, ocupados en atender nuestra propia sed. Y te dejamos con la sed en la boca. Y en el corazón.
Nosotros nos gloriamos de un cálido retorno a lo humano y su valoración y te estamos deshumanizando a Ti, el Hombre clave y tipo, en que se salvan y adquieren su más profunda dimensión todos los hombres. Estamos ciegos y deslumbrados por la justicia social. Es nuestro ídolo. Y no vemos tu Corazón.
A Ti te valoramos y estimamos solamente a escala sociológica de justicia. Pero no te amamos cordialmente. Te dejamos con la sed en la boca.
Y Tú querías amor personal.
A Pedro le preguntaste tres veces: Pedro ¿me amas?
Lo oyó Juan que estaba cerca.
Y se acordaría, al oír tu grito en la Cruz, también entonces estaba cerca, diciendo: “Tengo sed”.
Quería decir lo mismo. Pedías AMOR.

Sexta Palabra: “Todo se ha consumado”
En un moribundo abocado a un desenlace inmediato, esta frase podría significar el darse por enterado de la realidad que se avecina. Pero el tono con que se pronunciara matizaría la expresión, que podría ser o una generosa aceptación o un lamento fatalista y amargo: esto se acabó; aquí no hay nada que hacer; todo se ha terminado.
Efectivamente, Cristo es un moribundo; pero su Sexta Palabra supera los comentarios, generosos o pesimistas, del que reconoce que todo se acabó.
Es otra cosa. Mucho más.
Aquí, en la Sexta Palabra, el verbo cumplir o consumar no se refiere al plazo de la vida que ya se cumplió: el verbo cumplir se refiere a Cristo.
Cumplió Cristo. Maravilloso dominio del momento.
Cumplió hasta el final. Y es, el de Cristo, un grito de satisfacción y de triunfo por el deber cumplido. Un último y definitivo balance.
Un comunicado solemne al Padre y a la humanidad entera, frente a la muerte: “Padre, misión cumplida”: “Todo lo he realizado. Hasta la última exigencia”. Seguramente Cristo ha comprobado que había cumplido meticulosamente, todo lo anunciado por los Profetas y estaba previsto en el Antiguo Testamento, y, solemnemente, la rinde cuentas a su Padre: “Todo está consumado”.
Así fue su vida. Cumplir, el esquema trazado desde la eternidad.
Desde Belén al Calvario, treinta y tres años, Cristo cumplió lo que programó su Padre en la eternidad. Su existencia se redujo a obedecer, sólo a obedecer: El, todo un hombre, el más dotado de todos los hombres, obedeciendo toda la vida. Sin una protesta, sin una contestación, sin ninguna rebeldía.
¿Qué decimos a esto hoy, los hombres, las mujeres, los jóvenes - ¿tendremos que incluir también a los niños? – hoy, que precisamente está de moda, por principio, sea como sea, la rebeldía, la contestación, la protesta...
En estos días, el punto de arranque, es la protesta. Y la rebeldía. Y la crítica demoledora. Mande quien mande. Se rechaza la autoridad por principio.
Se critica el belicismo y la carrera armamentista. Pero se ha desencadenado una guerra despiadada contra toda autoridad utilizando una organízadísima industria de encuestas, asambleas, diálogos, conferencias... donde cada uno trata de imponer su criterio, rechazando por principio el criterio ajeno.
Y, en definitiva, se persuade a todos de que obedecer humilla, degrada y aplasta la personalidad.
Sin embargo, Cristo obedece. Hasta el último detalle y sin críticas el programa eterno de su Padre y de los Profetas.
Y como resumen de toda su vida, frente a la muerte, en un balance total lanza el grito de satisfacción: “Padre, todo está cumplido”. “He hecho siempre toda y sólo tu voluntad”.
¿Por qué para la humanidad de hoy obedecer, aunque sea a Dios, la humilla, degrada y deprime?... No miramos a Cristo, no lo vemos en la Cruz, no escuchamos sus últimas palabras...especialmente esta Sexta Palabra.
Ahondemos nuestra reflexión: Cristo no cumplió solo el plan trazado por su Padre. Todos esos que de algún modo están en el Calvario, lo ayudaron a cumplirlo: turbas, tribunales políticos, sacerdotes judíos, verdugos, soldados, piadosas mujeres, amigos y traidores.
Todos lo ayudaron a cumplir el plan eterno de Dios. Consciente o inconscientemente. Por las buenas o por las malas. Por el camino derecho o por el atajo. Con amor o con odio.
Qué misterio pavoroso. Y qué infinito consuelo.
Todos, en nuestra vida, queramos o no, con amor o con odio, con obediencia o con rebeldía, con fidelidad o con traición, con bondad o con pecados, todos sin excepción en un balance final, hemos ayudado a Cristo a cumplir el plan de Dios. Porque ese plan sigue en marcha, sigue realizándose en cada uno de los hombres, en la suma total de todos los hombres, de toda la humanidad.
No sólo, para Cristo, también para cada uno de nosotros, el Padre fijó un programa eterno que será una pequeña línea, sólo una línea, en ese esquema eterno del amor.

A veces nos sentimos perdidos en el vacío, y olvidamos que formamos parte, no sabemos cómo ni dónde, del plan infinito diseñado por Dios, que es la historia de la salvación. En ese complicadísimo plan arquitectónico y total, hay una pequeña línea que parece perdida, pero que es necesaria, trazada amorosamente por el Padre, que es mi vida y lleva escrito mi nombre.
Cristo, no estoy solo, estoy integrando tu empresa redentora. Necesitas mi colaboración para cumplirla totalmente. Tómala: mis dolores, penas, pecados, mis amores, mis odios; mis luces, mis sombras, mi vida, mi muerte.
Cristo, que al morir sienta yo, como Tú, la satisfacción de haber cumplido y realizado mi destino, en el plan infinito del Padre.
Con la certeza de que lo que yo no pueda cumplir, lo cumplirás Tú por mí.
Por eso mueres en la Cruz. Tú cumples por todos. Todos cumplimos en Ti.

Séptima Palabra: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” ¿A quién le va a dedicar Cristo la última de sus Siete Palabras, que será también la última de su vida? Con ella se sellarán sus labios mortales.
¿Para quién será el broche final, la rúbrica y el sello? Para su Padre.
En los tiempos modernos, la última palabra ya no se dedica, al Padre Eterno.
La última palabra –y la primera, la segunda, y todas- los hombres de hoy la dedican a los otros hombres. La humanidad vive obsesionada con la humanidad.
La obsesión de Cristo, en cambio, era su Padre. Estaba en continua comunicación con Dios, su Padre.
Era la Palabra del Padre. El enviado del Padre. Y el espejo del Padre.
Nosotros conservamos de Cristo la obsesión, pero hemos cambiado su objeto.
La obsesión de Cristo era el Padre, y la nuestra, los hombres.
Estamos vinculados a los hombres por la actividad y la organización eficiente y práctica. No nos obsesionamos con la oración y nos hemos volcado en una total actividad social hacia los hombres. Apenas si algunos rezamos.
Al torrente de frases evangélicas en que se desborda la obsesión de Cristo por el Padre, sucede en nosotros otro torrente paralelo en que se desahoga nuestra obsesión: las estructuras terrestres: promoción económica, desarrollo cultural, dignidad humana, nivel social, exigencias laborales, la libertad de los pueblos, la mentalidad industrial, el progreso agrícola...
No tenemos tiempo para Dios. Ni para orar. Menos, meditar. Nuestra consigna de hoy es actuar, realizar. Los hombres no necesitan acudir a Dios. Los problemas materiales necesitan del esfuerzo humano y, a Dios, se le confina en el Cielo.
No nos necesita. No lo necesitamos. El mundo de hoy es un mundo independiente de Dios. Para Cristo, Dios es su único refugio y apoyo. Y a El apela en todas las instancias. Orando siempre.
En su casa de Nazaret, en el desierto, en el huerto y en la Cruz.
Hoy, casi hemos eliminado la palabra oración. Y en su lugar aparece deslumbrante otra palabra: entrega. Y otra mejor aún, compromiso. Son mejores para nuestro mundo actuante, van mejor con nuestras actividades. Y nos acercan más a los hombres. Ellos nos reclaman y a ellos nos debemos.
Pero resulta que Cristo, el hombre de la oración permanente al Padre, fue el hombre de la máxima entrega y del más generoso compromiso.
Nadie más comprometido que Cristo. Nadie podrá nunca superarlo en generosidad y en entrega a los demás. Vivió para los hombres hasta morir por los hombres, en la Cruz. Pero no por eso dejó de orar en comunicación entrañable y filial con el Padre.
Cristo es el hombre del supremo compromiso. Y es el hombre de la continua oración. Inseparables en El las dos realidades.
¿Por qué entonces separarlas el hombre? ¿Por qué hoy día o se quieren el compromiso y la entrega, o la oración? ¿Por qué separar y hacer incompatibles estas dos realidades? O se actúa o se reza.
Cristo tomaba fuerza en la oración a su Padre, para entregarse luego con plenitud a sus hermanos, los hombres.
Sin oposición de términos que obliga a optar por uno solo.
En una suma de dos factores que se necesitan, se complementan, y se perfeccionan los dos, en una maravillosa interacción. ORACIÓN Y ENTREGA.
La síntesis suprema que Cristo realiza en el Testamento de sus Siete Palabras, es la máxima entrega de su vida en un diálogo vital con su Padre.

Desde que Cristo vino y murió en la Cruz, la entrega cristiana a los demás supone la entrega inicial a Dios.
Cristo: Tú viniste del Padre y te entregaste a los hombres. Dentro de unos momentos regresarás al Padre, llevándote a todos los hombres en tu corazón.
Cristo: eres el hombre más comprometido de la historia. Tu fidelidad al compromiso te ha llevado hasta la última consecuencia: la muerte.
Muriendo en la Cruz. Pero mueres rezando. No te cansas de rezar. Llevas tres horas hablando con tu Padre.
Y la última palabra del hombre más entregado y comprometido de la historia, fue una oración filial: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.

Desde mi cruz a tu soledad

Te escribo desde mi Cruz a tu soledad. A ti, que muchas veces me miraste sin verme y me oíste sin escucharme.

A ti, que muchas veces prometiste seguirme de cerca y sin saber por qué te distanciaste de las huellas que dejé en el mundo para que no te perdieras. A ti, que no siempre crees que estoy contigo, que me buscas sin encontrarme y, a veces, pierdes la fe en hallarme. A ti, que a veces piensas que soy un recuerdo y no comprendes que estoy vivo.

Yo soy el principio y el fin, soy el camino para no desviarte, la verdad para que no te equivoques y la vida para no morir.

Mi tema preferido es el amor, que fue mi razón para vivir y para morir. Yo fui libre hasta el fin, tuve un ideal claro y lo defendí con mi sangre para salvarte. Fui maestro y servidor, soy sensible a la amistad y hace tiempo que espero que me regales la tuya. Nadie como Yo conoce tu alma, tus pensamientos, tu proceder, y sé muy bien lo que vales.
Sé que quizás tu vida te parezca pobre a los ojos del mundo, pero Yo sé que tienes mucho para dar y estoy seguro que dentro de tu corazón hay un tesoro escondido. Conócete a ti mismo y me harás un lugar para mí.

Si supieras cuánto hace que golpeo las puertas de tu corazón y no recibo respuesta!
Me duele que a veces me ignores y me condenes como Pilato; otras que me niegues como Pedro y que otras tantas, me traiciones como Judas.

Y hoy te pido paciencia para tus padres, amor para tu pareja, responsabilidad para con tus hijos, tolerancia para los ancianos, comprensión para todos tus hermanos, compasión para los que sufren, servicio para todos.

Quisiera no volver a verte egoísta, orgulloso, rebelde, disconforme y pesimista.
Desearía que tu vida fuera siempre alegre, siempre joven y cristiana.

Cada vez que desfallezcas, búscame y me encontrarás; cada vez que te sientas cansado, háblame, cuéntame. Cada vez que creas que no sirves para nada no te deprimas, no te creas poca cosa. No olvides que yo necesité de un asno para entrar en Jerusalén y necesito de tu pequeñez para entrar en el alma de tu prójimo.
Cada vez que te sientas solo en el camino, no olvides que estoy contigo. No te canses de pedirme que Yo no me cansaré de darte, no te canses de seguirme, que yo no me cansaré de acompañarte. Nunca te dejaré solo. Aquí a tu lado, me tienes. Estoy para ayudarte.

Te quiero mucho,
Tu amigo:
**Jesús**