Adviento

El Tiempo de Adviento da comienzo al Año Litúrgico.
Es un tiempo de espera, en la esperanza.
De alegría, en el gozo del cercano nacimiento del Niño Jesús.
De preparación del camino del Señor que viene al mundo de los hombres para su salvación.
Preparémonos para recibirlo y hagamos de nuestro corazón un nuevo pesebre donde pueda nacer todos los días.
Desde Belén nos invita al amor, con amor.
Los Ángeles cantan un himno de gloria y de paz.

María y el adviento

María Santísima es la gran protagonista del Adviento.
La virgen Madre que dará a luz, al hijo de Dios, a la Luz que ilumina el mundo.
Porque dijo SÍ al Padre.

Últimos días de adviento

El tiempo, que parece que en esos días del año corre, nos acerca a la Nochebuena. En momentos más nacerá Jesús y se realizará la promesa divina que comenzó con el sí de María al Arcángel Gabriel.
Promesa de salvación y vida eterna.
Es lo que nos trae la presencia de Dios en el mundo de los hombres.
Ya nace Jesús, el Niño que es Dios.
María y José viajan a Belén. Hay que cumplir la orden de empadronarse.
Y adoran. En silencio en medio del bullicio reinante.
Así nosotros, también hoy más de 2000 años después, debemos cumplir con nuestros deberes -los que cada uno tenga- y en medio del frenesí comercial, del ruido, de la televisión y la radio, prepararnos a recibir a Jesús que viene a nosotros. Igual que hace tantísimos años.
Acompañaremos su nacimiento, de corazón. Con devoción profunda. Amor sencillo y humilde, pero real y vivido. Dispuestos a la receptividad que el gran acontecimiento de la historia merece y nos pide.
Y con alegría íntima y callada.
En medio el ruido, un silencio revelador de profundidades amorosas y legítimas. Es Dios que viene. Que nace de María Virgen.
Que viene a cumplir la misión encargada por el Padre, en favor de estos otros hijos de la tierra. Misión salvífica, misión de amor infinito.
Nuestro mejor homenaje, a quien le debemos nuestra eternidad feliz en la Casa del Padre, será ser sus apóstoles y sus misioneros. Hoy, a nosotros, nos toca ese doble papel: apóstoles y misioneros. El mundo lo necesita, ahora como antes. La Palabra de Jesús debemos llevarla a nuestro entorno. Quienes nos rodean lo necesitan. Tantos y tantos, la han olvidado o la han descartado de sus vidas... o no la han conocido. Y se oyen tantas otras voces que conquistan sin palabras de verdad, con falsas promesas milagreras.
Es Jesús que nos reclama presencia con nuestro ejemplo de vida; regalar su Palabra con nuestras voces; sí, en medio de tanto palabrerío hueco y tanto ruido en el que se pierde la vida interior. Porque no brota, porque el ambiente no es propicio a veces, un siquiera en la familia, donde cada cual corre por su lado en medio de tantos compromisos.
Jesús hoy nos urge a encontrarnos, a crecer espiritualmente, a recogernos en la intimidad del corazón, porque Él estará allí pronto a escuchar nuestra voz y a que sea escuchada la suya. Ayudemos a Jesús, ayudemos a quienes necesitan de su presencia en sus vidas y están lejos de Él y aún sin encontrarlo.
Pidamos en nuestra oración, que María nos ayude a hacer conocer a su Hijo Divino; a que quienes lo buscan, lo encuentren; a hacerlo presente ante quienes no lo buscan.
Es nuestra misión y nuestra tarea.
Que el Niño Dios nazca en cada corazón de los hombres de buena voluntad, en esta Nochebuena que se acerca.

Adviento y tiempo Mariano

Hemos comenzado a vivir el Tiempo de Adviento, un tiempo fuertemente mariano.
Es razonable y lógico que así sea ya que María de Nazareth vivió mejor que nadie y como nadie, la espera del Mesías. Del Hijo de Dios, de su propio Hijo, por su aceptación total a la voluntad del Padre. El sí de María alcanza a toda la humanidad, por siempre.
Y el tiempo de su espera, había de ser un tiempo de amor, de adoración, sin límites. Era su Hijo, y era Dios. Dios hecho hombre quien venía al mundo de los hombres, desde su mundo de eternidad. Nos sería imposible en este Tiempo, no contemplar a María, la Virgen Madre. Tan jovencita, casi tan niña. Soñando con su bebé, adorando su realeza, su divinidad.
Estaba anunciado el gran acontecimiento por los profetas, por Isaías, a quien se tiene muy presente en estas primeras semanas del Adviento. Como a Juan, el Precursor.
Decíamos el domingo primero de este Tiempo Litúrgico, que los protagonistas del Adviento eran, justamente ellos: Isaías, Juan, y María.
Isaías lo adelanta en sus profecías, Juan lo anuncia a las gentes desde el desierto, María le da su humanidad, la vida como hombre. Al Dios de todos y de siempre.
¿Cómo vivimos nosotros este tiempo de espera? ¿Cómo preparamos nuestro corazón para recibir el regalo más grande de la historia?
Para recibir este don divino, tendremos necesariamente que acallar ruidos y voces que puedan aturdirnos y alejarnos de una situación de maravilla, de una espera de gozo silencioso, como es silencioso todo lo grande. El universo se mueve en silencio, la semilla germina en silencio, la naturaleza crece en silencio. Nuestra oración brota en el alma silenciosa que se recoge piadosa ante la presencia de Dios.
¿Viviremos en el ruido mundano, pensaremos acaso en qué regalos haremos o recibiremos? ¿En nuestro presupuesto personal y cómo lo manejamos? ¿Será más importante esta fase mundana, que la expectativa por el nacimiento único de Dios, que viene a nosotros?
Para todo hay tiempo y lugar... y lo primero, es lo primero. Después y en segundo término, vendrán las preocupaciones familiares que caracterizan estos momentos del año.

María y José esperan el gran acontecimiento en sublime adoración.
Podemos y debemos acompañarlos. Desde este hoy que nos envuelve en mil dificultades e interrogantes.
No importa. Lo que sí importa que Jesús viene a redimirnos, a regalarnos la salvación eterna.
Desde lo más profundo de nosotros mismos, entonemos el aleluya junto a los ángeles que nos anuncian al Niño Jesús.

Tiempo de Adviento

Hemos comenzado el Tiempo de Adviento, que es tiempo de espera, de encuentro, de esperanza.
Esperamos el nacimiento de Dios hecho hombre, Jesús, el Hijo de Dios y de María Virgen, que viene al mundo de los hombres.
Cada uno de nosotros tendremos, un encuentro personal con Jesús. Encuentro de amor. Porque Jesús nos ama infinitamente y nosotros le debemos a Él una justa retribución amorosa, aunque nuestro amor sea limitado por nuestra humanidad.
Viviremos la esperanza, porque Jesús nos trae la redención, la salvación, el perdón. En consecuencia, Adviento es un Tiempo de alegría.
Es así como tenemos que vivir estos días que preceden a la Navidad.
Vivirlos en cristiano, porque somos cristianos.
Todas las ocupaciones que caracterizan estos momentos previos a la Navidad, el trabajo diario, las vacaciones, la espectativa del festejo, la búsqueda de los regalos o atenciones propios de la Nochebuena, son quehaceres habituales que ocupan nuestra atención y nuestro pensamiento y derivan en una actividad que ya es costumbre, en la preparación de la fiesta.
Pero la verdadera preparación nuestra, me refiero a quienes esperamos más que el festejo y el regalo que hacemos o recibimos, es la preparación interior. Además de todo aquello, debemos disponer nuestra alma para recibir el regalo más grande que se nos ofrece: la presencia en el mundo de Jesús.
Presencia del Niño de la Navidad, del Niño de Belén, y presencia del Señor en nuestro ser más íntimo.
Recibirlo con todos los honores. En este caso, estos honores son: recogimiento en piedad, recta conducta, conciencia limpia de pecado, amor confiado en el encuentro íntimo con Jesús y también un encuentro entre nosotros, en familia.
Todos somos hermanos, hijos del mismo Padre a quien debemos la vida.
Nuestro encuentro debe nutrirse de paz, de serenidad. Quien tenga algo de que arrepentirse, que se arrepienta; quien tenga algo que perdonar, que perdone; quien tenga que pedir perdón, que lo pida. Es el tiempo apropiado por excelencia para hacerlo, aunque siempre, cada minuto, sea el tiempo de llenarse de paz y tranquilidad espiritual con el íntimo aplauso de la conciencia.
Vivamos, queridos amigos, esta clase de Adviento. Nos enriqueceremos nosotros y predicaremos nuestra fe con el ejemplo. Buena falta hace.
Adviento, Tiempo que nos prepara para vivir la paz que el Niño Jesús trae al mundo con su nacimiento en Belén, el más humilde de los nacimientos, el de Dios nuestro Señor.
Paz a los hombres de buena voluntad. Que todos podamos cantar esa paz con los ángeles.

Últimos días de adviento

El tiempo, que parece que en esos días del año corre, nos acerca a la Nochebuena. En momentos más nacerá Jesús y se realizará la promesa divina que comenzó con el sí de María al Arcángel Gabriel.
Promesa de salvación y vida eterna.
Es lo que nos trae la presencia de Dios en el mundo de los hombres.
Ya nace Jesús, el Niño que es Dios.
María y José viajan a Belén. Hay que cumplir la orden de empadronarse.
Y adoran. En silencio en medio del bullicio reinante.
Así nosotros, también hoy más de 2000 años después, debemos cumplir con nuestros deberes -los que cada uno tenga- y en medio del frenesí comercial, del ruido, de la televisión y la radio, prepararnos a recibir a Jesús que viene a nosotros. Igual que hace tantísimos años.
Acompañaremos su nacimiento, de corazón. Con devoción profunda. Amor sencillo y humilde, pero real y vivido. Dispuestos a la receptividad que el gran acontecimiento de la historia merece y nos pide. Y con alegría íntima y callada.
En medio el ruido, un silencio revelador de profundidades amorosas y legítimas. Es Dios que viene. Que nace de María Virgen.
Que viene a cumplir la misión encargada por el Padre, en favor de estos otros hijos de la tierra. Misión salvífica, misión de amor infinito.
Nuestro mejor homenaje, a quien le debemos nuestra eternidad feliz en la Casa del Padre, será ser sus apóstoles y sus misioneros. Hoy, a nosotros, nos toca ese doble papel: apóstoles y misioneros. El mundo lo necesita, ahora como antes. La Palabra de Jesús debemos llevarla a nuestro entorno. Quienes nos rodean lo necesitan. Tantos y tantos, la han olvidado o la han descartado de sus vidas... o no la han conocido. Y se oyen tantas otras voces que conquistan sin palabras de verdad, con falsas promesas milagreras.
Es Jesús que nos reclama presencia con nuestro ejemplo de vida; regalar su Palabra con nuestras voces; sí, en medio de tanto palabrerío hueco y tanto ruido en el que se pierde la vida interior. Porque no brota, porque el ambiente no es propicio a veces, un siquiera en la familia, donde cada cual corre por su lado en medio de tantos compromisos.
Jesús hoy nos urge a encontrarnos, a crecer espiritualmente, a recogernos en la intimidad del corazón, porque Él estará allí pronto a escuchar nuestra voz y a que sea escuchada la suya. Ayudemos a Jesús, ayudemos a quienes necesitan de su presencia en sus vidas y están lejos de Él y aún sin encontrarlo.
Pidamos en nuestra oración, que María nos ayude a hacer conocer a su Hijo Divino; a que quienes lo buscan, lo encuentren; a hacerlo presente ante quienes no lo buscan.
Es nuestra misión y nuestra tarea.
Que el Niño Dios nazca en cada corazón de los hombres de buena voluntad, en esta Nochebuena que se acerca.

La alegría del adviento

Hace más de 2000 años, María y José esperaban el nacimiento del niño Jesús. Era su hijo y era Hijo de Dios, Él era Dios.
Era una espera plena de amor, de reverencia, de alegría. De adoración.
Hoy, somos nosotros quienes en este Tiempo de Adviento, esperamos. Esperamos al mismo Niño Dios que esperaban María y José. En una espera con otra perspectiva, en otra condición y una ocasión muy diferentes. Eso está claro. Pero esperamos el nacimiento del mismo Niño Jesús, Dios y Hombre, el Mesías, el Redentor.
Nuestra espera debe ser entonces, también de esperanza, de respeto, de amor, de gran alegría. Alegría que nace en el corazón y debe transmitirse en la actitud. Los cristianos de corazón, son también cristianos que se manifiestan en la expresión, en su manera de ser y proceder.
Esta alegría a la que nos llevan estos momentos que anuncian la Navidad es tan legítima que también subsiste si humanamente se está pasando por esos episodios difíciles, que a todos nos toca vivir. Porque es profunda. Porque no proviene de un suceso pasajero, casual o banal. Porque ese júbilo anuncia la llegada del Salvador, que trae a los hombres el ansiado y tan necesario perdón. Porque la promesa del nacimiento de Jesús es promesa de eternidad feliz para todo aquél que acepte el don ofrecido. Porque es una alegría concreta basada en promesas divinas, en promesas siempre cumplidas. Alegría del Adviento. Alegría que tenemos que traer y que llevar. Traer a nuestra vida desde el fondo de nuestro corazón y de nuestra fe, y llevarla a los demás para que la hagan suya.
Si se quiere, una alegría interior, pero fecunda. Que ilumina nuestro ser desde dentro hacia fuera y todo lo trasforma. Porque eso que se siente tan profundamente es semilla de bondad, de paciencia, de generosidad, de cercanía. También de perdón, si tenemos algo que perdonar... o a alguien que perdonar.
Alegría que se trasforma en paz. Con uno mismo y con el otro.
Sería bueno que la alegría del Adviento trajera paz al mundo, empezando por la paz de cada cristiano que la vive; que se continúe en la familia y transforme la sociedad.
Desde esta alegría, pidamos y ofrezcamos a Jesús que va a nacer nuestros mejores propósitos de una vida ejemplarizante, que dé testimonio a quienes no creen, que Jesús nacerá en Belén y nos ama a todos por igual.
Y dará de este amor, testimonio con su vida.

La esperanza del adviento

Decíamos con anterioridad que la alegría del Adviento era una profunda sensación interior, algo muy íntimo de cada uno, algo cierto y seguro que contribuía a la paz y el bienestar del cristiano en el diario vivir.
Hoy consideraremos la esperanza del Adviento.
Todas las personas vivimos en la esperanza. Es más, sería muy difícil vivir sin una esperanza que nos anime. Esperanza de un futuro mejor, de un trabajo mejor, de un proyecto que se realice, de tener buena salud, esperanzas reflejadas en aquellos que queremos... Un sin fin de esperanzas.
Pero pongamos orden en éstas y otras esperanzas que abrigamos íntimamente. Algunas dependen de nosotros mismos, muchas no. Están en manos de otros. Esperanzas que van y vienen como sucede con las cosas de los hombres.
Otras esperanzas las hemos puesto -por la oración- en manos de Dios. Deseamos volcar la voluntad divina a favor de aquello que le pedimos. El resultado, es conforme a la sabiduría infinita de Dios, que nos concede o no nuestro pedido. Sólo Dios sabe el por qué.
Pero veamos. La esperanza del Adviento es una esperanza cierta. Es la que tenemos segura. Es una esperanza sostenida por la Palabra divina. Es esperanza de felicidad segura, cuando Dios nos llame a su presencia. Es esperanza de perdón y de amor asegurados por Jesús, por ese Niño que nacerá en unos días más, cuando llegue Navidad. Esperanza que es una promesa en el Adviento y será una realidad concreta que ratificará en su vida y con su vida el Niño de Belén.
Queridos amigos, esta gran esperanza tenemos que vivirla. Siempre. Nos la trae el Adviento y se queda en nuestro interior para vivirla y revivirla toda la vida. Esperanza real y definitiva.
Que convalida la alegría. Que es una luz brillante en nuestro camino hacia la Casa el Señor. luz que no se apaga. Alegría y esperanza del Adviento que nos acompañan, que van con nosotros a través de las distintas circunstancias que se nos presenten.
María y José vivieron esa alegría y esa esperanza. Y nos la comunican. Nos invitan a acompañarlos y nos animan a comunicarla.
Y el Adviento es el Tiempo de hacerlo.
Vivir y comunicar la alegría y la esperanza del Adviento es, entonces, nuestra misión, ventiún siglos después.
En Navidad todo serán luces.
Luces que se van prendiendo en Adviento y estallan en Nochebuena. Luces del alma que, allá en la historia, acompañaron los cantos de los Ángeles, junto al pesebre en que descansa el Niño recién nacido a quien esperamos en Adviento. Luces que se renuevan, que permanecen en los corazones y encienden deseos de amor y de paz.

Maternidad de María

Que la maternidad de María es excelsa, no lo podemos dudar. Excelsa... y difícil.
Seguramente no fue fácil ser la Madre de Jesús, El Redentor, el Hijo de Dios. Una misión, una gracia especial, anunciada por el Arcángel Gabriel y que se realiza en Belén, un milagro concedido por el Padre a su elegida desde el principio, para la excelsa misión. Que María llevaría a plenitud, llena de méritos, de renuncias, de aceptación perfecta de la voluntad divina. Por eso decimos que no era fácil. María era y siguió siendo la esclava del Señor. Desde la anunciación hasta el Calvario.
María es el ejemplo de una maternidad aceptada, aún sin comprender y sujeta al plan de Dios Padre, que su Hijo iría cumpliendo como Dios Hijo.
En la montaña y junto a su prima Isabel, María canta sus alabanzas al Señor por las maravillas hechas en su persona. En Belén su maternidad deja de ser promesa y es una realidad dispuesta por la Divina Providencia en las circunstancias que todos conocemos y que María y José juntos, viven gozosos aún en aquellas dificultades que los rodean.
Una cueva les sirve de refugio; un pesebre, de cuna para Dios que nace y comienza su vida de Hombre entre los hombres. Y un regazo maternal de amor y adoración. Maternidad excelsa, siempre dispuesta al querer de Dios. En Belén más excelsa que nunca.
María era una mujer, predestinada sí, pero tan humana como cualquier otra de este mundo. Sus méritos la hicieron una mujer como ninguna. Pero su ejemplo tiene validez para todas las mujeres: de ayer, de hoy y de mañana. Su maternidad aceptada en tan extraordinarias condiciones, es un mérito más para tener en cuenta. Ninguna otra mujer, claro está, será Madre de Dios. Ésa es la condición que no se repetirá.
¿Cuántas mujeres de nuestros días aceptan sin condiciones su maternidad? Una vida que comienza es un don precioso de Dios. Un proyecto de vida que comienza y sólo Dios sabe los frutos que dará. Tal vez ese proyecto al cumplirse, sea de gran beneficio para la humanidad. No lo sabemos. Pero si es un genio o no, un predestinado o no, un ser inigualable o insustituible para la sociedad o no, es un ser humano más al que Dios concedió la vida, y a la madre la posibilidad de realizarse aquí y para la eternidad, en la aceptación y realización de su maternidad.
Miremos nuevamente la maternidad de María.
No la llevó a la gloria un camino fácil tal como lo profetizó el anciano Simeón; tuvo que huir a Egipto, buscó tres días al Niño perdido, subió al Monte Calvario con su Hijo y con El sufrió, con el Hijo redimió.
Maternidad excelsa, difícil y valiente de María.
De María a quien en pocos días más, contemplaremos gozosa y feliz con su Niño en los brazos en la ciudad de Belén.
Gloria a Dios en las alturas, cantarán los Ángeles del Cielo.
Bendita seas María que supiste traer a todos los hombres el fruto divino del amor del Padre.

Adviento y Pascua dos tiempos de alegría

El calendario litúrgico nos propone dos Fiestas de inigualable alegría y gozo: Navidad y Pascua de Resurrección. Principio y fin de la historia de Jesús entre los hombres del mundo. Los hombres que Él vino a salvar, con la única condición de que acepten su perdón.
El principio fue un sencillo pero comprometido SI de una jovencita, casi una niña. Su nombre: María. El SI que todo cambió. Que hizo posible para la humanidad, el perdón que trae la salvación. Veintiún siglos después, seguimos admirando la grandeza de ese SI.
Al tiempo, Jesús nació.
Navidad es el feliz advenimiento de Dios Hijo, es la gran Fiesta que esperamos en Adviento. Fiesta de amor y esperanza. De júbilo y de luz.
Jesús llega. Gracias, María.
Por eso Adviento es Tiempo de gozo y alegría, de esperanza y de amor. Por eso debemos vivirlo muy cerca de María y con el alma y el corazón preparados para recibir el don de la presencia de Dios que viene, que llega, que está.
Un nacimiento que queda marcado en la historia: antes de Cristo, después de Cristo.
María es la esclava del Señor y se dispone a vivir esta dependencia de la voluntad divina sin retaceos. Un viaje imprevisto a Belén. Un lugar no previsto para que nazca su Niño. Una fría gruta en la roca. Un pesebre para recostar al recién nacido. Nada fue fácil. Pero la confianza total de María en Dios Padre, su disponibilidad, todo lo aceptó, todo lo hizo suyo. Y dio gracias a Dios.
José la acompañaba. Los dos esperaban. Y aún antes de nacer el divino Niño juntos, María y José, adoraban al Dios que venía.
Vivieron así su Adviento.
Y así debemos nosotros vivir el nuestro.
Nuestro Adviento de amor, de generosa entrega, de aceptación de la voluntad del Padre que desde el Cielo nos mira con tanto amor y tanta predilección.
De alegría interior y de agradecimiento a Dios por enviar a su Hijo a salvarnos, a María porque aceptó ser el instrumento elegido para el cumplimiento del proyecto divino de redención.
Proyecto que comienza en la gruta fría de Belén, se cumple en la Cruz del Monte Calvario y culmina en la gloriosa Resurrección de Cristo y en su Ascención a los cielos en el Tabor. Principio y fin de una historia como no hay otra, la historia de nuestra salvación.
Gracias a todos los protagonistas que la hicieron realidad, que la vivieron, que nos la regalaron.
En este Adviento que vivimos, repitamos:
Gracias, Dios mío.
Gracias, Jesús.
Gracias, María.

Preparando el adviento

El próximo domingo comienza el tiempo de Adviento. Un tiempo de espera y de alegría. Un tiempo de esperanza. Una esperanza que tendrá un doble tiempo, principio y fin de una vida humana y a la vez divina, nacimiento y muerte del Salvador. La esperanza cristiana que va más allá del tiempo, más allá de los hechos que van aconteciendo, una esperanza sin fin, que colma el corazón de cada bautizado. Esperanza de salvación.
Adviento nos conduce al nacimiento del Redentor de la humanidad. Nos lleva a renovar los hechos históricos y relevantes que se anunciaran en el Antiguo Testamento. Nos introduce en el Nuevo Testamento.
Renovar este Tiempo Litúrgico es renovar en nuestro corazón el amor. Amor por el Niño que va a nacer, que viene a nuestro mundo con una misión única de amor sin igual, amor humano y divino. Un amor perfecto, amor de Dios.
Renovar el gran suceso del nacimiento de Jesús, que refleja grandeza y pobreza: la grandeza del Hijo de Dios encarnado que nace, Dios con nosotros, y la humildísima pobreza del pesebre, del lugar en el cual la Divina Providencia eligió para que Dios-Hombre se insertara en el mundo de los hombres. Una cuna de paja y el canto de los ángeles del cielo. El maravilloso milagro del nacimiento del hijo de María Virgen y Madre, que se hace realidad en una cueva fría y oscura, en la soledad de la noche. Ahí nace el Rey del universo, Cristo. Cuyo nombre dividirá hasta nuestros días, la vida de la humanidad en dos épocas universalmente reconocidas: antes de Cristo, después de Cristo.
El pesebre pobre pasará a ser trono de un Rey. Y la oscura cueva en la roca, será el primer templo luminoso, que con luz perpetua seguirá iluminando a los corazones del mundo creyente con luz de amor, luz de esperanza, luz de fraternidad. Porque el pesebre de Belén es el lugar que hace a todos los hombres hermanos, sin distinción ninguna.
Los Ángeles cantan y anuncian la venida del divino Niño.
Nosotros hoy, debemos cantar con los Ángeles ese mismo himno de alegría y paz para anunciar al mundo que Dios ha nacido.
Que Dios vive en los corazones de cada uno de los redimidos, de los perdonados, de todos quienes hemos recibido el nacimiento de Jesús en Belén, en nuestro corazón humano, en nuestra vida de todos los días.
Que el SÍ valiente de María nos abrió las puertas del Paraíso perdido por el pecado original y está ahora abierto a todos quienes acepten el perdón divino que nos trae el Niño de Belén. El SÍ de María es el comienzo que abre las puertas a la esperanza más hermosa, a una dignidad humana superior, a un hombre renovado desde el corazón mismo, que es el SÍ que todos los bautizados agradeceremos hasta el fin, el SÍ que a todos nos hace hermanos, que nos convierte nuevamente en hijos del Padre Creador. Cultivemos y profundicemos durante el Adviento la fe que nos conduce, la fe que nos abraza en caridad fraterna, la fe que nos envuelve en un nuevo y profundo amor a Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo.

Gloria a Dios en el Cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad.
El próximo domingo tengamos ya el corazón preparado para comenzar el Adviento para recibir, en su culminación, el don de la presencia de Emmanuel, el Dios con nosotros.

En la espera del Adviento, formulemos todos nosotros, un compromiso con nosotros mismos:
Compromiso en el amor, a Dios y a los hermanos,
Compromiso en la fe, recibida en el Bautismo,
Compromiso en la esperanza, para saber aguardar el cumplimiento de las promesas del Señor.
Compromiso íntimo y firme, de vivir los momentos diferentes de la vida de modo que sean ejemplo para quienes nos rodean, miran y juzgan.
Compromiso de ser reales y legítimos discípulos de Jesús, que como Dios y como Hombre, en unos días más nacerá en Belén de Judá.